CIUDAD ON

Adivina dónde vas a cenar esta noche

Cualquiera diría que has quedado con Villarejo. Tienes que averiguar la dirección a lo peli de espías. Son cenas clandestinas: no sabes qué comerás, ni con quién, ni siquiera dónde

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Ana Sánchez

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Caminas por la calle con andares de Colombo. Dos pasos, te paras, arqueas la ceja a lo Sobera, rebuscas por cada esquina. No, aquí no hay nada. Revisas el móvil por si acaso. «Sí, sí, es en esta intersección». Es la última pista que te llegó por mail. Dos minutos más y empiezas a mirar a los transeúntes con cara de sospecha y el disimulo del inspector Clouseau. Cualquiera diría que has quedado a cenar con Villarejo.

«¿Buscas algo?». Te lo pregunta un desconocido a bocajarro, como quien pide la hora. Te sientes como la señorita Amapola del Cluedo pillada infraganti con un candelabro encima. «Sí», desembuchas más rápido que en un interrogatorio con foco. «Nosotros también», añade él sin sacarse de la manga ningún gadget de espía. Señala a su mujer, que está pidiendo ayuda a una mesa de una de las terrazas. «¿Ayuda?», «¿para encontrar qué?», «¿nos quieres vender biblias?». El grupito de la mesa empieza a buscar una cámara oculta.

  «¡¡Lo hemos encontrado nosotros!!». De golpe, una pareja se acerca ondeando un sobre rojo. Esto ya parece El club de los 5. Y aún hay otros dos detectives neófitos a punto de llegar. Se forma un corro espontáneo, risitas nerviosas, confianza exprés de quien comparte un secreto. Al fin alguien abre el sobre con expectación de thriller. «¿Puedes encontrarnos? –lee en voz alta–. Estamos cerca». Y debajo, 24 casillas en blanco con acertijos. Solo falta Jessica Fletcher escribiendo a máquina de fondo.

Apenas dos minutos caminando y estás llamando a una puerta desde la que se intuye una cocina de diseño. «Ya os podéis relajar, ya estáis aquí». Esther recibe con un cóctel a los comensales de incógnito. «Bienvenidos a esta noche secreta». Y os lleva a una sala en plan speakeasy: está llena de desconocidos con la misma cara de despiste que tú. «No sois 7, sois 21», se ríe. Es una cena clandestina: no sabes qué comerás, ni con quién, hasta hace unos minutos ni siquiera dónde.

Esther Fernández es la de la sonrisa de anfitriona. 30 años, abogada, pero te habla de alta gastronomía a más velocidad que Ferran Adrià. Marc Grivé, 33 años, moño y chaquetilla blanca, se mueve entre los fogones con ademanes de mago. Es un chef con currículum esferificado: fue cocinero en El Bulli. Cinco minutos con ellos y te resolverán dónde ir a comer durante meses.

Hace un año que crearon <strong>Gastroshows</strong>. Se lo toman al pie de la letra: montan cenas mitad gastro, mitad show. Es lo que se lleva en Barcelona: las experiencias. «Es romper un poco la rutina típica de un restaurante –explica Esther–. Buscábamos algo diferente». Y descubrieron «la neurogastronomía», dice Marc. «Cuando sales de tu zona de confort, cuando te enamoras, cuando escuchas música que te gusta, tus sentidos dan más de sí. ¿Qué pasa? Que los sabores también. Cuando comes, lo disfrutas más». Moraleja: «Es importante no solo la comida, sino el contexto en el que se sirve».

Alta cocina con "sorpresas"

Hay 12 «elaboraciones» por delante, adelanta el chef. Es un menú degustación de alta cocina con «sorpresas». Ahora te zampas una gilda 2.0 con forma de aceituna, ahora catas un vino, ahora estás resolviendo un enigma. Los desconocidos van rompiendo el hielo con más facilidad que la princesa de Frozen.

 Suelen montar tres cenas clandestinas a la semana (85 € por persona). Y suelen estar completas a un mes vista. Media de edad: 30-45 años. Vienen muchas parejas, pero también grupos de amigas. «Hemos tenido hasta una pedida de mano. Hincando la rodilla», recuerda Esther. Ella dijo que sí.

«Lo mejor de todo, la compañía», asegura Leonor. A ella y a su marido les ha regalado la experiencia su hijo. «Me ha gustado venir y no saber qué te vas a encontrar. Quizá nos tendríamos que abandonar más –aconseja con tono maternal–. No estar tan encorsetados». Carlota asiente. ¿Lo que más le ha gustado a ella? «Comer con 19 desconocidos, aparte de la cocina innovadora». «Nos obliga a interactuar», apunta Ricard. «Y es algo diferente», añaden Ruth e Israel. Todos acaban rebañando la mesa de la cocina con el dedo. Aquí sigues comiendo aun cuando necesitas desabrocharte el botón del pantalón.

«Cada cena es diferente», promete Esther. Por el menú, pero «sobre todo por la gente». Hay momentos de escape room, momentos de mmmm, de «oooh», de brindis y confidencias. Tras el gintónic premium, te vas con la convicción de que ezta gente zon tush mejodes armigosh, jodrerr.