el museo imaginario

La "atemporal" estación de França

El escultor Jordi Díez Fernández recuerda que, cuando era vecino de la Barceloneta, visitaba este lugar para evadirse y encontrar sosiego

El escultor Jordi Díez, en la estación de França.

El escultor Jordi Díez, en la estación de França. / periodico

Laia Zieger

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Corría la mitad de los años 90 y Jordi Díez Fernández llegó a Barcelona procedente de Madrid, donde residía y trabajaba por aquel entonces. En busca de una cercanía con el mar y con el afán de descubrir los encantos tópicos de la ciudad, se instaló en la Barceloneta. Cuenta que la vocación canalla del barrio le cautivó de inmediato, y recuerda con cariño cómo los vecinos de esta popular zona disfrutaban de ciertos ‘privilegios’ a la hora de adquirir productos de contrabando.

Pero si algo se convirtió para él en un hábito en sus primeros años como vecino de Barcelona, fueron sus repetidas visitas a la estación de França, ubicada muy cerca de su domicilio. Este enclave se convirtió en algo así como un lugar de peregrinación para superar los momentos de soledad y nostalgia que sufre cualquiera que se instala solo en un sitio nuevo con el afán de abrirse nuevos caminos. Una época de muchas e intensas emociones, siempre compleja. Él encontraba sus momentos de evasión en el bello edificio, construido con motivo de la Exposición Universal de Barcelona de 1929.

Díez recuerda: “Pasé muchos ratos en este lugar. No conocía a nadie en la ciudad y aquí encontraba el sosiego necesario como contrapartida del gran trabajo que supone empezar de cero en una ciudad desconocida”. Confiesa que, para él, la estación de França se convirtió en una especie de portal atemporal, surrealista; un lugar en el que parecían convivir con naturalidad personas y ambientes de varias épocas, casi al margen del exterior. “De alguna forma esa atemporalidad lo relativizaba todo y me permitía escaparme de la realidad. Iba y venía, en sentido absoluto. Es imposible no percibir la metáfora que una estación representa y también el alivio, bien mirado”, relata con ciertas notas de poesía.

Hoy es un escultor reconocido cuyas creaciones de acero inoxidable de expresión figurativa ocupan espacios públicos y colecciones privadas de todo el mundo (a nivel local, actualmente algunas de sus obras están expuestas en el hotel y restaurante Àbac, donde el mediático Jordi Cruz defiende tres estrellas Michelin). Díez ya no vive en la Barceloneta, sino en Centelles, cerca de la ciudad. Pero sigue fiel a su lugar preferido de Barcelona, al que acude a menudo. “Hoy en día sigo sintiendo exactamente lo mismo que cuando venía en los años 90, y rara es la vez que no entro en el ‘hall’ a pisar el mármol o a mirar el prodigioso techo. También a asomarme a los andenes y volver a sentir la grandiosidad entre orgánica y racional de la marquesina metálica”, confiesa.