CINE
'Un amor imposible': el hombre de la casa
Basándose en un libro de Christine Angot, Catherine Corsini lleva a cabo un demoledor retrato de abusos, masculinidad tóxica y ceguera autoimpuesta
La escritora francesa Christine Angot es célebre en su país -y cada vez más famosa fuera de él- gracias a una sucesión de libros autobiográficos en los que recuerda los abusos que sufrió antes de llegar a la adultez y reflexiona sobre cómo el trauma ha marcado su vida. Y en uno de esos libros se ha basado Catherine Corsini, cuyo cine a menudo ha orbitado alrededor de la sexualidad femenina y la transgresión que representa, para dirigir la que probablemente es su mejor película.
La historia que cuenta arranca en los años 50 cuando Rachel (Virginie Efira) conoce a Philippe (Niels Schneider), e inmediatamente se siente atraída por su carisma y su experiencia; es un hombre culto, viajado y refinado que come ostras y lee a Nietzsche. Desde el principio, sin embargo, Philippe da muestras de tratar a las mujeres de un modo que da un aire amenazador a su encanto. Él identifica tres tipos de relaciones: el amor conyugal, el amor apasionado y los encuentros inevitables, y considera que su romance con Rachel pertenece a la tercera de esas categorías.
Según su razonamiento, eso le da legitimidad para comportarse de forma inaceptable porque, si la relación se escapa de las convenciones sociales, sus actos tampoco deben estar sujetos a ellas; por tanto, llegado el momento se niega no solo a casarse con la mujer sino también a reconocer a la hija que esta da a luz.
A partir de entonces, mientras prospera profesionalmente y educa a solas a la pequeña Chantal, Rachel sigue enamorada de Philippe. Él vuelve a su lado de vez en cuando, y cada vez que lo hace se comporta como un gañán. Todo cuanto ella espera de él es que tarde o temprano acabe asumiendo legalmente su paternidad, y finalmente lo logra. Las consecuencias son desastrosas.
Un retrato particular
Aunque en 'Un amor imposible' pasan cosas realmente terribles, Corsini en todo momento se mantiene alejada del melodrama; su forma de acercarse a los extremos emocionales derrocha honestidad.
Por eso, la película es casi dolorosa mientras contempla a Rachel, cuya figura resulta políticamente incorrecta en la era del MeToo -mujeres como ella, sostiene la película, estimulan el maltrato al que son sometidas porque deciden conscientemente ponerse la venda e ignorar la toxicidad que esconden sus parejas-; y por eso conmueve tanto al trazar el retrato de una madre y una hija destruidas por un mismo hombre, y al lanzar una mirada llena de candor y compasión al amor que se tienen la una a la otra pese a todo.
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