TEATRO

'Ovelles', balidos de una juventud frustrada

Carmen Marfà y Yago Alonso triunfan en la Sala Flyhard con una divertida y brillante comedia

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Imma Fernández

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Una herencia de 512 ovejas, la mayoría merinas, pone patas arriba el periplo existencial de tres hermanos. Huérfanos de padres y de brújula, estos tres «inútiles de ciudad», en definición del mayor del clan, y sin apego alguno a las cosas del campo, se reencuentran para dilucidar qué hacer con el bestial legado del fallecido tío Cinto. Se han quedado también los rumiantes huérfanos de pastor. Lo cuenta 'Ovelles', el último éxito de la Sala Flyhard, pequeña factoría teatral que se ha hecho grande en la cartelera barcelonesa con sus aplaudidas producciones.

Carmen Marfà y Yago Alonso firman la dramaturgia y dirección de esta entrañable, ágil y divertida comedia que con la excusa ovina nos mete de cabeza en las incertidumbres, frustraciones y vacíos de una generación de treintañeros que se ha dado de bruces contra una realidad muy alejada de sus deseos y expectativas.    

Entramos en el comedor de Víctor (Albert Triola), un arquitecto sensible, humano, pulcro y conciliador, sumido en el llamado «despido interior», como tituló Lofti El-Ghandouri el libro en el que explora cómo la infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión. Un sentimiento compartido por cada vez más jóvenes y mayores. «Nos liamos la vida con tanta carrera. Nos han engañado», suelta el trasquilado Víctor,  que sueña con reinventarse como guionista de películas. 

Tampoco su hermana Alba (Gemma Martínez, que sustituye a Sara Espígul, en la foto), madre trabajadora y apresurada, ha encontrado la tierra prometida. Comparte con su hermano esa insatisfacción personal y profesional con la que tantos se identifican. Mientras, en el polo opuesto, el informático Arnau (Biel Duran) representa al triunfador capitalista y 'bon vivant', anclado en una adolescencia sin responsabilidades.

Los tres actores hacen suyos los personajes con una naturalidad desbordante, amplificada por las diminutas dimensiones de la sala de Sants. A dos palmos del público, las miradas, gestos y silencios fluyen sin artificios, como la vida misma, en un gran trabajo actoral muy bien pautado por los directores. Hay sorpresa para la escasa cuarentena de espectadores que asisten, 'voyeurs' y cómplices, a las intimidades de esta familia. Un genial recurso escénico que no desvelaremos.     

Reproches y secretos

La trama avanza, en clave de humor, entre reproches, secretos y miedos generacionales. Entran en juego el feminismo, la homosexualidad, la nostalgia, las dificultades de las relaciones, las decepciones... Es también Ovelles un canto al amor fraternal y al desamor –«la vida es demasiado larga para un solo tío», esgrime Alba–. Y en el fondo de la propuesta, las preguntas para la reflexión: ¿Somos felices con la vida que llevamos? ¿Qué nos impide cambiarla? ¿Realmente podemos hacer lo que queramos? Los balidos de esta sociedad del desencanto. —