TEATRO
El 'president' necesita amor
'L' electe' es una brillante comedia de Ramon Madaula que destapa las carencias de quien persigue la poltrona
Imma Fernández
Periodista
Inma Fernández
Estamos en el despacho de un joven 'president' electo de la Generalitat -divertidísimo Roger Coma- a quien horas antes de su investidura le viene el tembleque. «Unos picores en la nariz», verbaliza el hombre, que le producen tics ridiculizantes que le aseguran la mofa y los memes en su comparecencia. A su lado se sienta el remedio. El Freud de turno, algo despendolado, que debe curarle en plan terapia de choque pero al estilo psicoanalítico.
Toca hurgar en su pasado, en su infancia, para que el apéndice nasal, y todo el rostro, recupere la calma. El político debe afrontar el discurso de las mentiras con el aplomo que exige su cargo. Y en esas está el espléndido Ramon Madaula -¡qué bien le sienta la pinta de psiquiatra!- en un papel que se ha regalado a sí mismo.
El actor, que ya firmó con 'Coses nostres' un excelente debut en la dramaturgia (aquel era un duelo entre un director teatral y un crítico), vuelve a demostrar sus dotes narrativas con otro 'tête à tête', 'L'electe', texto finalista en el Torneo de Dramaturgia del Temporada Alta que aplaude ahora la Sala Muntaner.
Réplica a réplica (algunas muy ingeniosas), el brillante combate arbitrado con su habitual solvencia por Jordi Casanovas va derivando hacia el esperpento. Un gancho cómico que, visto como las gasta el mundo de la política, encaja y lleva al público a la catarsis.
Son muchos los rostros conocidos que pueden verse proyectados en ese infeliz títere, manejado por quienes realmente mueven los hilos en el gran teatro de la vida. Unos poderes económicos interesados en impulsar a las poltronas a los siervos más maleables para manipularlos a su antojo.
TRAUMAS A LA LUZ
En este logrado artefacto cómico, que podría haber funcionado también por un sendero más contenido (como la excelente Ruz-Bárcenas del propio Casanovas), asistimos a las raíces del conflicto -las carencias en la niñez- que llevaron a un joven inseguro gobernado por todos, incluida su mujer, a querer gobernar a todo un país. Ansía un poder fálico que le complete. Las reverencias de todo un pueblo.
La sesión terapéutica avanza hacia la caricatura en el plano exterior, aunque en el fondo subyacen los mecanismos clave en la construcción del yo. Al peculiar psiquiatra se le va la mano, y el paciente, un hilarante Coma, va descargando toda su rabia y frustraciones en las figuras familiares que le marcaron, Pasan por el ring el padre, la madre, los hermanos...
Al buen ritmo pautado por Casanovas, la comedia se desmelena y los traumas de Quimet, el 'barrilet', como llamaban de pequeño al electo gobernante, asoman entre las risas de una platea entregada. Asoman a su vez los propios traumas del autor e intérprete, que ha vertido, confiesa, conflictos autobiográficos en la obra.
Al final, un juego de máscaras fusiona la ficción del teatro y la de la política. Y Madaula consigue, también él, la reverencia del pueblo. Del público.
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