ANÁLISIS
Heridas, retos y rotos de un Gobierno que aguanta
La última prórroga del estado de alarma evidencia que el Ejecutivo resiste, pero con cicatrices serias y crisis internas mal resueltas. Toca reconstrucción, elegir socios para lo que viene, acertar en prioridades y negociar bien en Europa
Gemma Robles
Directora de Red de Contenidos de Prensa Ibérica
Gemma Robles
Contra pronósticos, cerró Pedro Sánchez el último Pleno (Covid-19 mediante) dedicado al estado de alarma con más votos y menos dificultades para lograrlos que hace apenas unas semanas. La excepcionalidad sanitaria y administrativa de una España que ha visto forzadas sus costuras barrunta, por fin, un colofón a una durísima etapa de virus planetario y letal. El Gobierno empieza a ahora a respirar más pausado -las cifras médicas acompañan- pero conoce los riesgos de un rebrote vírico y una crisis de calado.
Se templan pues nervios en Moncloa mientras se espera de Europa una solución inminente y salvadora: las cifras que ahora mismo están sobre la mesa de la UE, después de un largo tira y afloja, no pintan mal. Unos 140.000 millones para España, de los cuales 77.000 serían a fondo perdido. Otra cosa es la letra pequeña o las cesiones que conlleven...nunca ha sido fácil cuadrar el círculo europeo norte-sur. Fuertes-débiles. Mucho menos en un contexto en el que hasta el Estado más musculado económicamente necesita alguna ayuda. Las tensiones se palpan. Y las ganas de fomentar bajo cuerda las deslocalizaciones en un ambiente de sálvese mejor el que más pueda, (ojo a la supuesta fraternité francesa con las empresas de automoción), también.
Sánchez no para de pedir unidad a la oposición para ganar fuerza en Europa. Razón lleva en esto: sin las bendiciones europeas pertinentes no hay reconstrucción posible. Levantar el país a pulso tirando de maltrecho presupuesto nacional, aún forzando más ingresos, y endeudamiento en los mercados suena a quimera. Esto lo sabe practicamente todo el arco parlamentario, por más que por minutos disimulen.
Crispación y pactos
En paralelo a la espera de noticias oficiales desde Bruselas, y mientras avanza el plan de desescalada en España, la derecha vuelve a intimar con la crispación y los roces entre socios gubernamentales, de momento llevaderos, asoman de vez en cuando. Las crisis internas mal resueltas y/o peor gestionadas siguen ofreciendo sobresaltos: el enfrentamiento del ministro <strong>Fernando Grande-Marlaska</strong> con la Guardia Civil o la indefinición sobre el extraño pacto y a la vez no pacto con Bildu, sobre la derogación de la legislación laboral, pesan lo suyo. Y seguirán desgastando. Sumen a esto que sigue habiendo incógnitas que resolver y explicaciones obligadas que dar desde el Gobierno sobre cifras oficiales de muertos y fallecidos en residencias. Todo llegará. Pero ha de llegar.
El coronavirus está en retirada, sí, pero ha dejado heridas profundas en millones de hogares. Y en el país, en su red pública de servicios y en su tejido empresarial. Y en sus arcas. Y en su Ejecutivo también, sin duda alguna. A la coalición de izquierdas que cohabita en Moncloa también le toca cambio de fase, en su caso política, y decidir con quiénes (¿socios de investidura?¿geometría variable contando con Cs?) y con qué expectativas y límites se escribirán los siguientes episodios de una legislatura que parecía obligada, desde su nacimiento, a tener otra trama central: Catalunya.
Pero la pandemia y sus debastadores efectos se han impuesto. También en los partidos, incluidos los a priori monotemáticos por esencia. Les toca priorizar a unos y, a los demás, cruzar los dedos para que acierten (ya llegarán las urnas). La reconstrucción urge. Unos nuevos presupuestos reparadores, urgen. El empoderamiento de la sanidad pública y la apuesta por la ciencia, la educación y la protección social, son vitales. La garantía de medios para hacer frente a un rebrote, el futuro. La mesa sobre Catalunya, un compromiso que habrá que afrontar.
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