MIRADOR
Canícula política

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, el pasado 7 de mayo, en la Moncloa. / periodico


Antoni Gutiérrez-Rubí
Antoni Gutiérrez-RubíAsesor de comunicación
La canícula es la temporada del año en la cual el calor es más fuerte. La temperatura excesiva invita a la modorra, al sopor. La somnolencia es agotamiento, pero también abatimiento y aburrimiento. En política, pasa lo mismo. Llevamos meses con una agotadora -a veces inexplicable- intensidad. En donde los movimientos se miden por milímetros en un calculado pulso escénico y estético. Y, finalmente, llegó la canícula a la espera de la repesca de setiembre.
Pedro Sánchez ha apurado mucho hasta el último día, antes de empezar sus vacaciones. En apenas una semana el presidente ha realizado, saliendo de la zona de confort de La Moncloa, 14 reuniones con un total de 146 representantes sociales y colectivos. Sánchez dice, liderando el guion del relato político, que aprovechará sus vacaciones para "sistematizar" todas las propuestas de las asociaciones y presentar un "programa abierto" que pueda ser la base del acuerdo para un futuro "gobierno progresista".
Sánchez quiere llegar a setiembre con una fuerte presión ambiental sobre Pablo Iglesias; suficientemente potente como para que este desista de la coalición de gobierno y se abra a la cooperación programática en el ámbito parlamentario. Y, para ello, quiere construir una puntual y amplia coalición -política y social- que sea como una operación clamor para que Unidas Podemos renuncie a sus aspiraciones y se centre en sus posibilidades y en sus responsabilidades.
Unidas Podemos se enfrenta a que la canícula política rebaje sus expectativas y ponga el foco en sus limitaciones (políticas y electorales) y en sus obligaciones políticas como partido progresista. Los electores progresistas están agotados y decepcionados. Casi hartos. Y más que buscar culpables, lo que quieren son soluciones y acuerdos. Quien parezca que más lo desea, ganará la batalla del posicionamiento. Sánchez ha entendido que desear un gobierno es casi más útil -electoralmente hablando- que conseguirlo. Pero, aunque todo tiene un límite, el presidente y su equipo juegan bien el filo de lo vertiginoso.
De momento, Iglesias resiste en silencio. Sabe que la capacidad de crear escenografía política y, en consecuencia, hechos políticos, por parte de la Moncloa es muy superior. Pero el silencio defensivo no construye alternativas. Unidas Podemos se nutre de sus raíces con el tejido social y sus organizaciones. Sánchez le está minando las bases, convencido que el ecosistema político de Unidas Podemos no resiste la presión por abajo, aunque sí pueda resistir la presión por arriba (“la de los poderosos”).
La canícula nos abrasa. Sánchez espera y se prepara para el asalto definitivo. Pero hay un pequeño problema. La deseada y jaleada rectificación de Iglesias se está presentando como una claudicación (política) y una derrota (personal). Nadie puede confiar, sinceramente, en un socio resentido y humillado. Así, no hay futuro. Los que escriben el relato y sus guiones deberían prestar atención a las emociones políticas si realmente desean acuerdos duraderos. Si se le cierran las salidas a Iglesias, la justificación para que cierre la puerta, definitivamente, estará servida. Nadie pacta acorralado y derrotado.
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