DESDE MADRID

El otoño de Rufián

Gabriel Rufián

Gabriel Rufián / periodico

José Antonio Zarzalejos

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Cómo sería de rasante la política de transacciones antes y durante las sesiones de la investidura fallida de Pedro Sánchez que Gabriel Rufián, el jefe de filas del grupo parlamentario de ERC, protagonizó episodios de hombre de Estado en compañía, poco antes del naufragio de la candidatura del secretario general del PSOE, de la portavoz de EH Bildu en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua. El republicano –que ha abjurado de su condición de gamberro parlamentario de épocas anteriores- avisó a Sánchez y a Pablo Iglesias de que su falta de acuerdo sería su “muerte política” y advirtió de que el otoño ya no será el mejor de los tiempos para que su partido pueda jugar el rol constructivo que ha desempeñado en las aciagas jornadas parlamentarias de la investidura fallida del socialista.

La presencia activa de Rufián en el Congreso, connotado ahora por atributos oratorios y por actitudes tan diferentes a las suyas características de la legislatura anterior, ha tenido en Madrid interpretaciones contradictorias. Todas, sin embargo, convergen en el hecho de que ERC parece dispuesta a un cambio de estrategia, moviéndose en la capital propositivamente como lo hiciera en sus mejores momentos el 'pujolismo' de CiU. Ocurre algo parecido con EH Bildu, una izquierda 'abertzale' que no está dispuesta a que la sociedad vasca siga contemplando al PNV como único embajador de sus intereses en Madrid y ante la Administración General del Estado. 

La actitud de Rufián, en primera instancia, respondería a una maniobra de diversión más en la pugna entre ERC y JxCat, en la disputa simbólica entre Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, entre un cierto abandono del unilateralismo, consecuente con el descenso que el CEO detecta en el afán secesionista, y la persistencia de sus compañeros de viaje en el enfrentamiento con el Estado. Pero no solo. Los republicanos saben que un Gobierno en Madrid con una vicepresidenta de Unidas Podemos y varios ministros (hasta tres les ofrecía Sánchez) hubiesen compuesto un Consejo de Ministros más favorable para romper cualquier estrategia homogénea tras la sentencia del Supremo y, eventualmente, un apoyo –directo o indirecto- a la gestión de la Generalitat tras unas posibles elecciones, reactivas a la resolución penal de la Sala Segunda y que ERC ganaría según el organismo de investigación sociológica de la Generalitat. Ambos propósitos han dado como resultado un Rufián reinventado que, como contrapunto, ridiculizó la incapacidad dialéctica y negociadora de socialistas y morados.

La filípica que lanzó el republicano desde la tribuna del Congreso a Iglesias por rechazar temerariamente la oferta de una vicepresidencia y tres carteras ministeriales fue, junto con la del peneuvista Aitor Esteban, la pieza oratoria más convincente sobre la errada decisión que perpetraba -¿cuántos van ya?- el secretario general de Unidas Podemos. El hecho de que Rufián barriera para casa con tanta inteligencia táctica –la misma que le faltó a toneladas el 27 de octubre de 2017, y antes y después de esa fecha de indeleble recuerdo- no mermó la lucidez –todo lo contrario- del obituario que entonó ante los tensos –quizás desencajados- rostros de los líderes socialista y populista. En el otoño, advirtió Rufián, mandarán otras circunstancias, el contexto será diferente y la actitud de ERC, en consecuencia, no será la misma. Posiblemente, el posicionamiento del portavoz republicano lo captó antes y mejor el presidente del Gobierno en funciones –para el que el manejo de la crisis en Catalunya era uno de los motivos de profunda desconfianza para incorporar a UP al Gobierno- que el propio Iglesias, replegado sobre sí mismo, endogámico en un razonamiento circular infectado por un resentimiento invencible hacia el secretario general del PSOE, al que por segunda vez descabalga en un proceso de investidura presidencial.

Rufián dio la medida de la 'nueva' política republicana mostrando la disposición a que el independentismo reciba la hegemonía de ERC como alternativa al nihilismo del hombre de Waterloo, a la inacción de Quim Torra –ambos peor valorados que Junqueras- y al radicalismo de Laura Borràs. Pero dio la medida también de la postración de la izquierda española, que lejos de resultar revitalizada por Unidas Podemos se ha agostado hasta protagonizar un fracaso de dimensión histórica difícilmente reparable en septiembre si Iglesias no decide marcharse –o le obligan, lo que no es descartable y en Madrid se da por hecho- y abandonar el liderazgo de Podemos. Que el sustituto de Joan Tardà –que se creyó por muchos imprescindible en el Congreso a los efectos de mantener enhiesto el discurso del republicanismo catalán- se haya convertido en referencia política se debe, sí, a su giro personal y de ERC, pero también, y quizás sobre todo, a que nadie en la izquierda española tuvo capacidad estratégica para ocupar el terreno que cultivó el diputado independentista.

Este análisis resultaría incompleto si no concluyese con dos apuntes imprescindibles. El primero: Rufián, en su cierta arrogancia de converso a la alta política, compuso un diagnóstico necrológico –especialmente para Iglesias y UP (le reprochó desdeñar una oferta inmejorable)- lúcido y bien anticipado. El segundo: Rufián –ese diputado al que Ana Pastor llamó a su despacho durante la legislatura anterior para que cejase en sus excentricidades que “solo a ti, Gabriel, te perjudican”- humilló a la clase política madrileña que hacía muchos años no volaba tan raso. Que desde una Catalunya cuya vida pública es el mayor ejemplo de ineficiencia, salga un destello como el que –veremos si fugazmente, veremos si sólo hasta otoño- ha protagonizado Rufián da que pensar. Aunque muchos supongan que el diputado y su discurso son una treta, una impostura, un simple trampantojo.