EL JUICIO DEL 'PROCÉS'

El misterio de la deliberación

El único empeño que debe tener el Supremo es no tomar partido, valorar la prueba con objetividad y aplicar las leyes

Una imagen de la sala del Tribunal Supremo que juzga a los responsables del 1-O, durante la sesión del pasado martes.

Una imagen de la sala del Tribunal Supremo que juzga a los responsables del 1-O, durante la sesión del pasado martes. / EFE / tribunal supremo

Jordi Nieva-Fenoll

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Las deliberaciones de un tribunal son secretas. A veces han trascendido lastimosamente algunos de sus detalles a través de filtraciones de jueces que tratan de mover así a la opinión pública, intentando ganar una posición de fuerza en las discusiones entre los juzgadores que forman el tribunal. En el caso que nos ocupa, siete magistrados deben ponerse de acuerdo en una sola sentencia, y ello no es fácil. Un dicho apócrifo enseña que donde hay cuatro juristas hay cinco opiniones. 

Hay diversas formas de afrontar una deliberación. La primera es intentar preconstituirla o condicionarla desde las sesiones orales del proceso, aprovechando los recesos para comentar sesgadamente con los otros jueces la prueba que acaban de presenciar todos, buscando así que retengan algún detalle que sea clave para ir creando opinión. La segunda es llevar esas conversaciones a bares, restaurantes y otros lugares públicos, utilizando momentos en los que el disfrute de la reunión haga bajar la guardia y se establezca una complicidad entre al menos los jueces de una parte del tribunal. No en vano una buena comida -y más que eso- es un modo que conoce cualquier empresario para acabar de cerrar un negocio que se estaba atascando. 

Si algo bueno tiene que no te juzgue un solo juez, sino siete, es que son todas sus mentes las que por consenso buscan los mejores resultados

Sin perjuicio de acumular los instrumentos anteriores, un tercer modo de deliberar consiste en que uno de los jueces, habitualmente el llamado "ponente" -el que redacta la sentencia recogiendo el parecer de los demás-, entregue ya al inicio de las deliberaciones un proyecto de sentencia para persuadir a todo el resto del tribunal. Si el proyecto está redactado de manera persuasiva puede tener éxito, ante la perspectiva de fatiga del resto de jueces, a los que les será mucho más cómodo darlo por bueno sin más, especialmente cuando el cansancio aumenta si se alargan las deliberaciones. Es muy frecuente esta actitud, pero en un proceso de esta altura y relevancia, obrar así es muy inconveniente, porque un ponente no es el pastor de ningún rebaño, sino un simple notario de la deliberación de sus compañeros, en la que también participa. Si algo bueno tiene que no juzgue un solo juez, sino siete, es que son todas sus mentes las que por consenso buscan los mejores resultados. Siete cerebros volcados en una sentencia que, además, han hecho el esfuerzo de adaptarse entre sí. No hace falta ver 'Doce hombres sin piedad' para visualizar lo que estoy diciendo.

La "dictadura del ponente"

Por ello, para evitar ser guiados, los jueces deben luchar activamente contra la pereza y rebelarse contra lo que se ha llamado con frecuencia "dictadura del ponente", por buenas intenciones que pueda tener el mismo. Lo correcto es configurar una auténtica hoja de ruta de puntos a discutir, lo que además en Derecho penal no es difícil al estar muy tasados los elementos que deben configurar cada delito individualmente considerado. Esos elementos están en la ley y en la jurisprudencia, pero los configura la prueba, que debe aportar o no esas piezas de cada delito. Si están todas las piezas, el delito existe. De lo contrario, el acusado no es culpable.

Y si persisten dudas tras una debida reflexión, esas dudas deben fallarse siempre a favor de los acusados. Manda la presunción de inocencia. Y además, en un tribunal colegiado o pluripersonal compuesto por excelentes juristas, esa duda se evidencia si hay un solo magistrado que no lo ve claro. Solo cabe marginar esa postura disidente si es a todas luces irracional -a veces ocurre-, pero no soy capaz de representarme esa irracionalidad en un magistrado del Tribunal Supremo que merezca realmente ostentar ese altísimo cargo. Por ello, y no por una supuesta "razón de Estado" demasiado cacareada en los medios, una sentencia penal no puede utilizar una especie de "democracia representativa" en sus razonamientos, sino que si desea condenar debe tener un grado de convicción máxima y por ello debe ser unánime.

El Código Penal dice lo que dice y no lo que quieren que diga activistas de uno y otro bando

Lo sugirió Ulpiano hace casi dos mil años, y desde entonces lo ha recordado incesantemente la ciencia jurídica afirmando que es mejor absolver a un -o cinco, o 10, o mil- culpables que condenar a un inocente. Esa es la "duda razonable" que llevó a los juristas ingleses a ordenar la absolución si aparecía esa duda, y es la misma presunción de inocencia la que exige la unanimidad en los jurados de medio mundo para condenar a una persona. Esta última regla es matizable -como es el caso en España- pero cuando se trata efectivamente de jurados, es decir, de legos en Derecho, para evitar que un ciudadano corrupto se enroque en la inocencia a cambio de quién sabe qué, para obtener aviesamente la absolución. Como no puedo imaginarme esas influencias corruptas en un magistrado de la talla que merece el Tribunal Supremo como institución, de ahí que sea naturalmente exigible la unanimidad.

Sentencia capital

Con todo, esas u otro tipo de influencias se van a intentar producir, y hasta pueden transformarse en presiones. Los magistrados del Tribunal Supremo son seres humanos, e interactúan con la sociedad igual que cualquier otra persona. Como advertí al inicio de este proceso, muchos se acercarán a ellos por pura curiosidad o tratando de influirles. Pues bien, en este momento esas injerencias se elevarán al máximo desde todos los frentes, por supuesto desde el mediático, pero también quizá desde el institucional, sería ingenuo no reconocerlo porque la posibilidad existe, aunque pueda -deba- ser ineficaz. La sentencia que se dicte en este proceso va a ser probablemente capital para la historia de España, y probablemente no van a faltar altas instancias que quieran persuadirles para que dicten una condena de muchos años para que a los independentistas se les quiten las ganar de volver a hacerlo en un par de generaciones, tratando de que este proceso no se cierre en falso y se reactive "el mal". Otras instancias, altas también, les intentarán convencer de lo contrario. Les dirán que una sentencia dura va a provocar un incendio en el bosque catalán que se extenderá a todo el Estado, porque España, por decenas de razones, no es gobernable sin Catalunya, como sabe cualquiera que haya gobernado España, por dictatorial que haya sido su mando.

Ambos grupos de 'influencers' -permítanme la licencia- pondrán su mejor empeño, y la única forma de escudarse frente a ellos -recuérdese que un tribunal es independiente- es que los jueces apliquen estrictamente su ciencia jurídica, aislándose de la repercusión social, política o histórica de su fallo. El Código Penal dice lo que dice, y no lo que quieren que diga activistas de uno y otro bando. Y no es tan difícil interpretar sus preceptos, tan pronto como uno se quita su ideología política de la cabeza, la deja en un cajón de la cómoda de su casa y hace su trabajo de jurista, sin más.

Aislarse del ruido

Eso es lo único realmente deseable: aislarse del ruido. Valorar los hechos con objetividad, y no para agradar a unos o a otros. Los juristas no debemos pertenecer a bandos porque no formamos parte de ningún ejército. No debemos participar en una guerra, sino que existimos precisamente para evitarla. Y ese es el único empeño que debe tener el Tribunal Supremo: no tomar partido, sino solamente valorar la prueba con objetividad y aplicar las leyes. Lo demás será trabajo de los políticos, y mañana de los historiadores.