Voto particular

Una de espías en el Supremo

El relato de un alto mando policial dibuja un clima de paranoia y desconfianza entre cuerpos que convierte e Catalunya en el Berlín de la guerra fría

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Rafael Tapounet

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La crónica de las sesiones de la causa especial 20907/2017 -el llamado 'juicio del procés'- constituye un ejercicio de funambulismo entre dos relatos paralelos en el que el ejecutante tiene muy pocas posibilidades de salir airoso. Para combatir el vértigo, algunos cronistas optan por acercarse deliberadamente a uno de los extremos del alambre, acaso porque saben que allí encontrarán gritos de aliento y brazos que los sujetarán si dan un traspié. Otros se ven arrastrados, aun sin quererlo, hacia uno u otro lado en función de las corrientes de aire, los estados de ánimo o las ideas preconcebidas. Pero son muy pocos, si es que hay alguno, los que se quedan en el centro de la cuerda, sobre el vacío, aferrados únicamente al palo del criterio periodístico de la búsqueda de la verdad. Para mantenerse ahí sería necesario, como decía Julio Camba, "saberlo todo, lo que es sumamente difícil, o no saber absolutamente nada, lo que, en contra de las apariencias, es mucho más difícil todavía".

De ahí que la comparecencia, en calidad de testigo, del comisario jefe de la Brigada de Información de la Jefatura Superior de Policía de Catalunya (en las comunicaciones del Tribunal Supremo no aparece su nombre, así que llamémosle Q) suscitara interpretaciones tan contrapuestas. Para unos, los comentaristas que en Twitter suelen agruparse bajo la etiqueta #JuicioProces, el comisario Q es un probo funcionario cuyo demoledor testimonio justificaría la disolución inmediata del cuerpo de Mossos d’Esquadra ("los mozos", en la sanferminera terminología que emplean los abogados de Vox). Para otros, los del hashtag #JudiciProces (o #JudiciFarsa, que también existe), Q es poco más que un policía perjuro que reunió unas cuantas anécdotas sueltas para cargar contra los Mossos y sustentar su afirmación de que en Catalunya se vivía "un ambiente prerrevolucionario".

Entre Le Carré y Mortadelo

En cualquier caso, lo más interesante de las declaraciones del comisario fueron esos tensos episodios de espionaje entre cuerpos policiales que en los días previos al referéndum, y siempre según su versión, convirtieron Catalunya en algo parecido al Berlín de la guerra fría, con agentes de uniforme dando el alto a vehículos camuflados (¡y con la mano ya en el arma!), mensajes codificados para que no pudieran ser detectados por los policías de otras fuerzas -la llamada "Clave 21", con la que los Mossos instaban al uso de un canal alternativo a fin de eludir la vigilancia de los "escudos y banderines" (policías nacionales y guardias civiles, en su particular criptojerga)- y labores de seguimiento e información difíciles de encajar en un contexto de confianza y coordinación. Una cosa a medio camino entre la arrebatadora ambigüedad moral de las novelas de Le Carré y la sandunga mortadeliana de 'Cuerpo de élite'.

Menos inspirado se mostró el testigo a la hora de narrar los hechos del 1 de octubre. Ahí Q se dejó llevar por una peligrosa autocomplacencia ("nuestras unidades de intervención han sido admiradas en el mundo entero", dijo con orgullo de progenitor) y bordeó el abismo cuando, al referirse al lanzamiento de pelotas de goma que causó la pérdida de un ojo a Roger Español, calificó a la víctima de "manifestante hostil" que había protagonizado "cinco agresiones directas" a agentes. Cuando el letrado de la defensa Àlex Solà quiso preguntarle si existía relación entre esas supuestas agresiones (que la abogada de Español ha desmentido) y el disparo de la bala de goma que le vació el ojo, el juez Marchena, torero del arte, salió al quite (con su acostumbrada elegancia, eso sí) y mandó parar. Hay momentos en que también a él le resulta difícil mantenerse en el alambre.