Artículo de Arturo San Agustín: 'Un misterio muy divino'

ARTURO SAN AGUSTÍN

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Este romano, con permanente dolor de cabeza desde su traumático nacimiento, y una más que evidente enfermedad ósea, este Giulio Andreotti a quien el director de cine Paolo Sorrentino ha intentado ejecutar, sin éxito, en su película Il divo, siempre ha tenido muy presente que Mussolini se equivocaba.

Si aquel dictador fascista sostenía en una de sus célebres máximas eternas que "Muchos enemigos, mucho honor", Giulio Andreotti, senador vitalicio, lector de novelas policiacas y siete veces primer ministro de la República Italiana, siempre ha creído, y así lo ha escrito, que cuantos menos enemigos se tienen mucho mejor. Pero no ha tenido suerte. O, al decir de muchos, ha tenido demasiada. Otros, entre ellos muchas mujeres, lo veneran y aquel indomable y alto Indro Montanelli, a quien las Brigadas Rojas intentaron dejar cojo, dijo de él que o bien es el mayor criminal de la historia o una de sus mayores víctimas. Lo cierto es que después de ser acusado de mantener lazos de amistad con la Mafia hasta 1980 --aquel presunto beso a Totò Riina-- fue absuelto porque el caso había prescrito. Como también fue absuelto después de haber sido acusado y enjuiciado por el asesinato del periodista Mino Pecorelli.

Andreotti, también apodado Belcebú, no suele ver la política como el resto de sus colegas. Para él, la política es como una persona. Por eso, a menudo, cuando desayunaba con algún colaborador solía decirle: "Hoy, la política está nerviosa". Política en la que dice haber hallado la confirmación de la importancia del amor, tanto en el repudio de toda forma de discriminación como en la obligación de cooperar en el desarrollo de los países más pobres. Andreotti es, pues, político democristiano y hombre de misa diaria. Ya iba a misa, a la iglesia romana del Gesù, cuando lo llevaba una de sus tías. Y de los sermones que pronunciaba un jesuita aún recuerda los que hablaban de "la multiplicación de los panes y los peces".

La ley Vanoni

Y, sin embargo, a este hombre piadoso, hermético y sarcástico se le atribuyen las frases más contundentes del siglo XX. "Gobernar no consiste en solucionar problemas sino en hacer callar a los demás". Quizá sea su sentido del humor. "Vanoni fue el padre de la ley que creó en Italia la declaración de renta. Vanoni se fiaba de los italianos. Fue una pena que muriera repentinamente en el Senado después de decir eso: que confiaba en sus conciudadanos".

Si llamo piadoso a Andreotti, persona culta y de gran memoria, no es solo porque a la salida de misa, en la puerta de la iglesia del Gesù, solía dar limosna a algunos necesitados sino porque en cierta ocasión, hablando de Sadam Husein, dijo lo siguiente: "No pasaría con él las vacaciones, pero no es el único pecador en este mundo de santos".

Margaret Thatcher, aquella catástrofe, aquel tsunami con bolso, dijo de nuestro hombre que parecía tener una aversión positiva a los principios. "Creía que un hombre de principios estaba condenado irremisiblemente a ser un calzonazos". Eso dijo de Andreotti, pero, como dicen los entendidos, algunas cosas hay que contextualizarlas.

Hay que saber que, en cierta ocasión, Andreotti, que se enamoró de su mujer, Livia, en un cementerio, durante un entierro, fue testigo del gran encontronazo que la inglesa tuvo con el presidente Mitterrand y el canciller Kohl. Parece ser que, en el tema de la televisión, el presidente francés aconsejó bien a Andreotti. "Me dijo que en todo debate político televisado hay que ser breve y usar frases que no provoquen equívocos. Hay que evitar palabras difíciles como autodeterminación o

que tengan un significado polivalente, como la palabra inversiones".

Andreotti asegura que el tiempo ayuda a corregir prejuicios y a acercar posiciones. También afirma que la moderación es una virtud y que el compromiso "puede ser inaceptable para los principios, pero para lo demás, tanto en la vida pública como en la privada, es la única actitud que permite progresar".

A sus recién cumplidos 90 años, Giulio Andreotti, el muchacho que se desmayó al ver llorar al papa Pío XI, solo le pide a Dios una prórroga para poder seguir estudiando lenguas. "Cuantos más años cumplo mejor rezo la pequeña oración que me enseñó mi tía: 'Jesús, José y María, que expire en paz con vosotros el alma mía'". Y, por supuesto, ha asegurado que sus grandes secretos se los llevará con él al paraíso.