MIRADOR

Acabar con la hegemonía convergente: ganar un país

Una nueva hegemonía ha de tejer un país en términos sociales, económicos, culturales y nacionales

Diálogo 8 Colau conversa con Tardà (ERC) el jueves antes de la conferencia de Xavier Domènech.

Diálogo 8 Colau conversa con Tardà (ERC) el jueves antes de la conferencia de Xavier Domènech.

XAVIER DOMÈNECH

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En mayo de 1980 en el Palau de la Generalitat ya se habían ido los invitados y quedaban tan sólo dos personas. Una, Jordi Pujol, le decía a la otra: “Lluís, en estos momentos la Generalitat somos tu y yo”. Era Lluís Prenafeta, detenido 29 años después en el marco del caso Pretoria. Pero, más allá de las ironías del destino, era cierto que aquel mayo de 1980 para sorpresa de propios y extraños, Catalunya, que había sido uno de los grandes baluartes del antifranquismo de izquierdas, quedó en manos de la derecha. Los resultados electorales de las primeras elecciones autonómicas habían dado una amplia mayoría de izquierdas que agrupaba 76 escaños, pero la ERC de Heribert Barrera pactó con CiU formando gobierno con el apoyo de 61 escaños. Lo que vendría después sería la hegemonía política convergente: han gobernado la Generalitat de Catalunya 30 de los últimos 36 años, fuera solos o con el apoyo de ERC o el PP.

En el mismo momento en que Convergència se hacía con la Generalitat de Catalunya se desarrollaba una revolución conservadora, lo que se denominó neoliberalismo, que básicamente puso las bases de un nuevo mundo. Se trataba de atacar el poder sindical, de hecho, de derrotarlo, desregularizar los mercados, desmantelar el Estado del bienestar y producir un modelo de crecimiento fuertemente financiarizado y especulativo. Convergència asumió plenamente estas tesis en 1992, en su IX Congreso, y fue clave para su aplicación no sólo en Catalunya, sino también en España con el sucesivo apoyo a los gobiernos del PSOE y el PP.

Ciertamente había una tensión entre este neoliberalismo y las raíces comunitaristas del pujolismo, pero cuando Artur Mas llegó a la presidencia de la Generalitat en el 2010 con su gobierno de los ESADE Boys apoyado por el PP en el Parlament, era probablemente el gobierno más netamente neoliberal que nunca había tenido Catalunya. Ese momento marca el punto álgido del poder convergente: por primera vez ganarán unas elecciones generales en Catalunya y la alcaldía de Barcelona. Pero fue un espejismo. En seis años habrá perdido el Ayuntamiento de Barcelona y elección tras elección ha ido perdiendo votos y diputados, hasta llegar a sus mínimos históricos en las dos últimas elecciones generales, donde ha quedado en número de votos por detrás de un PSC también en sus mínimos históricos, incapaz de articular ningún tipo de alternativa.

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Ha sido evidente que el neoliberalismo como recepta no funcionaba y que, de hecho, nos ha dejado una sociedad en gran parte rota, pero también lo es que, pese a todo, al ponerse al frente de la oleada soberanista ha conseguido mantener el poder. En su máximo momento de decadencia política sigue conservando el poder político. Evidentemente con el apoyo de nuevo de una ERC que sueña desde 2012 en convertirse en el nuevo Partido Nacional Catalán, absorbiendo el espacio convergente. Un proceso en el cual ha pasado de afirmar en el 2013 que no volvería a apoyar unos presupuestos autonómicos a hacerlos ella misma con los límites que le impone su socio de gobierno (por un “bien superior” que nunca llega, apoya de nuevo a Convergència y por un “bien inferior” ha decidido no hacerlo en ningún caso con los comunes en el Ayuntamiento de Barcelona) y en el que pese a todas las soflamas que pueda hacer en Madrid, está sufriendo un proceso de derechización acelerado.

La alternativa que necesita Catalunya no ha de querer ganar unas elecciones para perder un país, como está pasando con la hegemonía convergente, sino ganar un país en términos sociales, económicos, culturales y nacionales, en términos de una nueva hegemonía que lo pueda tejer de nuevo.

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