La primera gran movida

Imagen de la manifestación de la Diada de 1976 en Sant Boi de Llobregat.

Imagen de la manifestación de la Diada de 1976 en Sant Boi de Llobregat. / periodico

ANDREU FARRÀS / BARCELONA

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España aún no había celebrado elecciones democráticas desde la guerra civil. No hacía ni diez meses que el general Francisco Francisco Franco yacía bajo una losa de granito de 1.500 kilos en el Valle de los Caídos. Sus herederos y albaceas -con Juan Carlos I, Adolfo Suárez y el Ejército a la cabeza- actuaban con una mezcla de nostalgia hacia el pasado, prudencia en el presente y preocupación por el futuro. En 1976, eran enormes las presiones sociales, políticas y diplomáticas para que el régimen se homologara cuanto antes con las democracias occidentales.

La temperatura de la olla era preocupantemente alta en el País Vasco -con ETA en pleno crecimiento- y Catalunya, las dos «regiones» más desafectas. Había que abrir espitas para evitar una explosión de consecuencias imprevisibles. Y una de las pruebas de fuego que tuvo que superar el posfranquismo fue la Diada de aquel 1976, dos meses después de que Suárez sustituyera al ultra Carlos Arias Navarro. La concentración fue tolerada tras tensas negociaciones y se convirtió en la primera manifestación democrática multitudinaria celebrada en Catalunya desde el fin de la contienda de 1936.

LA LUCHA POR EL CATALANISMO

Organizaciones políticas, sindicales, sociales y culturales de toda índole, ilegales muchas de ellas, aglutinadas en torno a la Assemblea de Catalunya o el Consell de Forces Polítiques y bajo el común denominador de la lucha por la democracia y el catalanismo, solicitaron a las autoridades permiso para convocar una concentración conmemorativa del Onze de Setembre. Se entablaron negociaciones entre delegados de estas formaciones y el Gobierno. El representante de este fue Salvador Sánchez Terán, gobernador civil de Barcelona, un cargo por aquel entonces con temibles poderes. El plácet de Madrid a cualquier acuerdo debía darlo el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa, del sector azul del Ejecutivo y de quien decían que no se había apeado de un coche oficial desde que estudiaba y se afilió al falangista Sindicato Español Universitario.                                       

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Hubo muchas reuniones. Algunas acabaron a las cuatro de la madrugada. Los organizadores pretendían que la concentración tuviera lugar en el centro de Barcelona. De hecho, difundieron pasquines convocando a la ciudadanía al parque de la Ciutadella, donde estuvo la sede del Parlament durante la República. «Ni hablar», zanjó Terán. Propuso Moià, la localidad donde nació Rafael Casanova. «Demasiado lejos de la capital», alegaron los antifranquistas. El historiador Josep Benet,Josep Benet uno de los representantes de la Assemblea (hegemonizada por el PSUC y CCOO), propuso Sant Boi de Llobregat, el lugar donde reposan los restos de quien fuera conseller en cap durante el asedio de Barcelona en 1714. «Aceptado», dijo Terán, convencido como Martín Villa de que pocos se acercarían a una población peor comunicada que la capital catalana. Aun así, Manuel Fraga,Manuel Fraga fundador de AP y del PP, le notificó su malestar porque había «demasiada apertura en Barcelona».

También hubo toma y daca entre los propios organizadores para decidir quién saldría a la tribuna. Tras algunas disputas de egos, se acordó que hablarían el convergente Miquel Roca Junyent,Miquel Roca Junyent en nombre del Consell; el independiente e independentista Jordi Carbonell, Jordi Carbonell,por la Assemblea, y el militante de la Lliga Octavi Saltor, en representación de los no alineados en ninguna de las dos plataformas opositoras. La inclusión de Saltor pretendía visualizar que el acto estaba abierto también a los catalanes menos críticos con el franquismo.

Terán llamó a los tres para advertirles de que no toleraría ningún insulto «al Rey o al Ejército» ni que se refirieran a España como «Estado español» ni que se diera excesivo protagonismo al mensaje que Josep Tarradellas remitiría desde su exilio francés, «porque sería reconocer de facto la Generalitat». Además, de los anuncios de la convocatoria de la Diada debía desaparecer la expresión «nacional». Muchos años después, el Tribunal Constitucional denegaría algo parecido del Estatut.Los convocantes cumplieron los requisitos, salvo Carbonell (años más tarde presidente de ERC),Carbonell  que habló del «Estado español». 

LAS PREVISIONES DE TERÁN

Terán erró completamente en sus previsiones. Aquella tarde, la plaza de Catalunya de Sant Boi quedó pequeña para los miles de catalanes de origen y de adopción que acudieron a la llamada. Hacía décadas que no se veían tantas senyeres juntas. Hubo, como luego sería habitual, guerra de cifras. Los más optimistas contaron 100.000 asistentes. El Gobierno Civil precisó por la noche que fueron 22.000. Pero años más tarde, Terán reconocería que «había 8.000 personas más en los aledaños».                                        

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En la tribuna, incluso Miquel Roca fue vehemente. «La ruptura es inevitable si queremos conquistar las libertades», proclamó el ahora abogado de la infanta Cristina de Borbón. Saltor fue tímidamente abucheado por citar a un empresario y un versículo del Evangelio.

Y el más aplaudido fue Carbonell. Profesor expulsado de la universidad, torturado por la policía, enviado a la cárcel y recluido en la enfermería penitenciaria por cometer «la locura» de declarar solo en su lengua materna, acuñó allí su célebre frase «que la prudència no ens faci traidors». Quizá es exagerado afirmar que en Sant Boi empezó todo. Pero aquella manifestación representó un punto de inflexión imborrable de la política catalana porque su unitarismo y pluralidad se volvería a repetir en muy contadas ocasiones.