REPORTAJE

Del cerrojo al "dinamizador"

JOSEP MARIA FONALLERAS

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No es descabellado imaginar que los Pujol Ferrusola montaran este fin de semana un 'training' familiar para preparar la táctica de su encuentro contra la comisión del Parlament. Es una hipótesis razonable. Tú contestas eso, pero no mucho; tú callas, pero no tanto; tú no excites demasiado. De ser así, la consigna era, en la primera parte --la de papá y mamá--, achicar balones y defenderse con uñas y dientes para mantener la portería a cero. En la segunda, posesión extrema del balón para difuminar al rival, desconcertado por el cambio de estrategia. Si hablamos de baloncesto, marcador ajustado hasta el último cuarto jugando con bases, para entrar a matar con posesiones largas y un fichaje inesperado en la zona, un as en la manga, un pívot que todos creían que era algo así como un gigoló con gafas de sol y resultó un aplicado, sistemático, cansino y digresivo conferenciante de Esade.

Jordi Pujol Ferrusola ya empezó desde el inicio del 'match' con su táctica dilatoria. Para hablar de su abuelo llegó al detalle sentimental y emotivo de las largas excursiones con Florenci por Barcelona. Traducido: la conexión abuelo-nieto es la clave de la historia. La comparecencia del primogénito se anunciaba como un 'leña al mono, que tiene un Ferrari', y acabó siendo como una de esas caminatas antiguas, un 'tour' por el laberinto de Ariadna en el que Pujol Ferrusola divagó sobre cada una de sus empresas e hizo gala de su afición por lo 'vintage', con una faena chulesca, agresiva a veces, pausada, paquidérmica. Un rodillo con el que se trataba de enmarañar el partido, por parte del "dinamizador económico" que intentaba al parecer ser elegido 'empresario del mes' o 'patriota emprendedor' antes que ser visto como un aprovechado sin escrúpulos. Quizá el momento culminante de la velada fue cuando dijo, hablando de los coches vetustos: "Un momento, que miro cuántos tengo". Vaya, como cualquier coleccionista de estampas.

Lo que pasó es que falló algo en la primera parte, los entremeses del vodevil. Los teloneros (al final me parecieron algo así, Pujol y Ferrusola) no siguieron al pie de la letra el guion establecido en casa.

Si no, que se lo digan al abogado Cristóbal Martell, que se deshacía en guiños, comentarios guturales, y tijeretazos con las manos (dirigidos a la Ferrusola) cada vez que Marta-'Això-És-Una-Dona 'perdía los estribos y decía algo así como "Catalunya no se lo merece". La excitación de la antaño primera dama le hizo exclamar que sus hijos iban por el mundo con una mano delante y otra detrás, y que no tenían ni cinco, algo que chocaba bastante (y soy educado) con la opulencia del dinamizador. Nos enteramos de que una 'deixa' es algo así como un papel oculto en un armario que dice: "Tengo estos ahorros para vosotros en tal sitio". Vaya, como un juego de pistas.

Jordi Pujol intentó mantenerse hierático pero tampoco pudo. Pudo más el desprecio al Parlament ("'això no és seriós'") y las ganas de terminar pronto, y las pilas del sonotone que se fundieron ("miserias humanas"). Ambos abandonaron juntos el Parlament en un discreto Seat AlterX minutos antes que su hijo empezara la segunda parte. En la Ciutadella, una chica leía 'Estimada Marta', de Martí i Pol. Un verso que dice: "La sombra de la sombra alarga el secreto mucho más allá del gesto y la desazón". A su lado, un chico que iba para actor memorizaba el monólogo de Macbeth: "Adelante y engañémonos fingiendo la inocencia".