el personaje de la semana

Azotaina a la andaluza

Mercedes Alaya, la instructora del caso de los ERE fraudulentos pagados con dinero público, encandila por igual a la prensa seria y a las revistas de moda.

Mercedes Alaya.

Mercedes Alaya. / TÀSSIES

JULIA CAMACHO

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Arrastrando su abultado trolley, hierática y sin una sola mueca que permita a la nube de cámaras que la rodean vislumbrar su estado de ánimo. Así realiza cada mañana la jueza Mercedes Alaya -la instructora del caso de los ERE fraudulentos pagados con dinero público- el paseíllo desde el taxi que la lleva todas las mañanas hasta la puerta de los juzgados de Sevilla. La entrada y la salida son casi las únicas ocasiones en las que se puede ver a la jueza. Una vez dentro del edificio, apenas abandona su despacho pese a desplegar maratonianas jornadas de trabajo. Solo un detalle imperceptible permite adivinar sus planes del día: dicen los que la siguen -periodistas y curiosos- que cuando va a ordenar detenciones, suele vestir prendas de colores vivos, preferentemente de rojo.

Villana para algunos, heroína para otros. Pero, ¿cómo es realmente la jueza que ha puesto en jaque a la Junta de Andalucía con su minuciosa y desorbitada investigación de la gestión de hasta cinco consejerías durante poco más de una década, y que encandila por igual a la prensa seria que a las revistas de moda? Alaya se muestra escrupulosa con su vida personal, y cuesta encontrar datos sobre ella o su familia. Los periodistas nunca han conseguido arrancarle una frase, y conocen su tono de voz solo por los educados saludos que intercambia con sus compañeros o, menos amable, por las voces que atraviesan las puertas en algunos interrogatorios, los más delicados. Y eso, antes de que decidiera mandar a la prensa a otro ala del edificio durante las declaraciones.

Se sabe que nació en Alcalá de Guadaira (Sevilla), y que acaba de cumplir 50 años. Cursó Derecho en la universidad hispalense, donde nada más llegar causó sensación por su belleza «de porcelana», como la definían algunos. También por ser un «cerebrito». Nada, ni siquiera el ser madre mientras iba a la facultad, impidió que se licenciara entre los primeros de su promoción. Después vendrían otros tres hijos, con los que vive en un barrio de clase media-alta de la capital andaluza. Su marido es Jorge Castro, un reputado consultor que se vio envuelto en el escándalo de corrupción porque auditó la empresa mixta Mercasevilla, donde se gestó el caso de los ERE. Fue recusada por ello, algo que le afectó profundamente.

Tenaz interrogadora

Alaya ganó a la primera su plaza de jueza, y pasó por Carmona (Sevilla) y Fuengirola (Málaga) antes de recalar definitivamente en Sevilla, coincidiendo con la Expo de 1992. No sería hasta seis años más tarde cuando aterrizaría en el juzgado que la ha hecho famosa, el número 6. Paradójicamente, en el mismo despacho que acogió años atrás la instrucción del caso Juan Guerra, la otra gran herida del PSOE andaluz en sus tres décadas al frente del poder en Andalucía. Desde allí, cargó contra la Junta y también contra el Real Betis Balompié, a cuyo expresidente, el otrora todopoderoso Manuel Ruiz de Lopera, acusa de delito societario. Dos investigaciones que no le granjearon grandes amigos.

Apenas sale de esas cuatro paredes, desde donde es capaz de conducir exhaustivos interrogatorios y donde cuenta, eso sí, con la complicidad de Charo, su secretaria judicial, la única con la que comparte un café. El tesón y la capacidad de trabajo son cualidades que repiten sus compañeros, junto con la discreción, seriedad y hermetismo. Parece distante, según algunos que la tachan de soberbia y aseguran que disfruta con el protagonismo que ha adquirido, mientras que otros prefieren hablar de timidez.

Todos se sorprendieron cuando el pasado abril se dejó caer por la Feria de Abril vestida de flamenca tras un largo interrogatorio de tres días al exconsejero de Empleo Antonio Fernández, que acabó en prisión. Traje blanco y una gran flor verde en la cabeza, los colores corporativos de la Junta de Andalucía. A mediados de verano también llamó la atención al aparecer en una gala benéfica y codearse con el duque consorte de Alba, Alfonso Díez.

Pese a su escasa vida social pública, su estilo no ha pasado desapercibido, y su fondo de armario es analizado con minuciosidad por revistas de moda, que destacan sus sempiternos tacones -algunos de firmas carísimas-, sus bolsos de calidad y su gusto por la moda low cost de marcas accesibles en grandes almacenes. La larga melena, siempre al viento, como gusta al club de fans en Facebook de «la jueza más valiente de España», que cuenta ya con 28.000 seguidores.

Aunque no le guste, también ha trascendido su enfermedad. Una neuralgia del trigémino, conocida como la enfermedad del suicidio por la intensidad de las migrañas, que la tuvo apartada de los juzgados casi seis meses. El descanso del guerrero, ya que regresó ordenando la detención de una veintena de personas. No le gusta que le ayuden, y plantó a los jueces de refuerzo que la sustituyeron durante su baja. También en los interrogatorios se muestra dura, incluso inquisitiva, lo que le ha valido las quejas de algunos abogados.

Algunos letrados aseguran que le estimula que le planten cara, y que consiguen más cuando pelean que cuando aceptan «lo que dice sin rechistar». Y sabe cómo conseguir lo que quiere. Tras el interrogatorio al exdirector general de Trabajo Javier Guerrero, la llegaron a definir como una «serpiente» por cómo le engatusó, rió sus chistes y gracietas durante horas y después no dudó en mandarle a la cárcel. A su chofer también logró sonsacarlo y salió de su despacho camino de prisión y con 18 delitos más de los que acumulaba inicialmente. Ellos sí conocen la capacidad de seducción de la juez estrella andaluza.