el misterio forcades

El hábito de la rebeldía

La novicia de 'Sonrisas y lágrimas' manifestaba su insumisión transformando cortinas en vestidos a tijeretazo limpio. La monja benedictina Teresa Forcades (Barcelona, 1966) prefiere hacerlo impulsando un proceso constituyente que renegocie el pacto social. Porque la injusticia, dice, le «quema los huesos».

NÚRIA NAVARRO

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No entiendo la estancia en el monasterio como un 'ja us ho fareu', hay que trabajar para construir un mundo mejor». En eso anda Teresa Forcades, monja de clausura de Sant Benet de Montserrat cuya conversión en activista pone de los nervios a unos cuantos. A la autoridad eclesiástica, por sus ideas sobre el aborto y el papel de la mujer en la Iglesia. A los gigantes farmacéuticos, por su combate contra la medicalización. Al españolismo, por su independentismo. A la derecha, por su anticapitalismo. Y a cierta izquierda, porvenderuna versión de la CUP para adultos.

Pero la benedictina tiene solidez intelectual, una convicción a prueba de martirio y un no se qué magnético, y los hartos de que nadie dé soluciones la escuchan. Quince días atrás, 1.800 personas desbordaron el Teatro Barts para oír su sermón contra los atropellos del sistema. Incluso tiene una secretaria que gestiona su correo y su agenda. ¿De qué pasta está hecha? ¿Por qué se mete en jardines?

Para empezar, Forcades siempre ha huido del estereotipo. Cuando pudo estrenar una brillante carrera de médico, le dio por estudiar Teología. Cuando sus colegas exploraban textos de Agustín de Hipona y Jerónimo de Estridón, ella elaboraba una tesis sobre teologíaqueer[la idea: Dios está más allá del sexo, la clase, la raza y la edad. Ahí es nada]. Y cuando ya llevaba el hábito, se convirtió en un fenómeno viral con su alegato contra la vacuna de la gripe A.«Siempre he sentido una gran rebeldía contra los encajonamientos -admite en un saloncito del monasterio-. Soy un sujeto. Ni yo puedo definirme. Entonces, ¿por qué dejar que me definan otros? Santo Tomás dijo: 'Ser persona es ser autopropulsado'. Y a mí me importa esa conciencia profunda de lo que significa ser persona. Te pueden forzar desde fuera, pero no internamente. Mi lugar en el mundo lo pongo yo».

Y así fue como, después de la escandalera del vídeo de la gripe A, en el 2009, Forcades decidió quesu lugar era volver a ese silencio de Montserrat que solo rompe el viento entre los pinos. Pero allá abajo el nivel de deterioro crecía hasta rozar lo intolerable, y a ella le aumentaba elneguit. «Me quemaban los huesos», dice, cogiendo prestada la imagen del profeta Jeremías.

¿Sentía la necesidad imperiosa de bajar de la montaña?«En clave individual, no siento esa necesidad. Otra cosa es en clave social. Tiene que haber personas que respondan a la vulneración de los derechos. Los desahucios son una brutalidad ejercida sobre los más vulnerables. No puedo ser indiferente al deterioro laboral. Por otra parte, mucha gente me decía: 'Haz algo'. Y yo respondía: '¿Qué queréis que haga yo?'. Pero tocaban una llaga que ya tenía abierta».Hasta entonces, se había limitado a rezar y a escribir, pero el pasado junio la invitaron a dar la conferencia inaugural de un encuentro empresarial en los Pirineos -«seguramente esperaban que cargaría contra el Gobierno»-, y ella, micro en mano, pidió la nacionalización de la banca y el no reconocimiento de la deuda externa.

Cónclave en el recibidor

Tras aquel primer zambombazo, que dejó noqueados a los empresarios, Forcades se reunió en octubre en un recibidor del monasterio con personas que tenían tanta inquietud como ella.«Me pedían colaborar para trabajar contra la insatisfacción social en una especie de frente político y, mientras hablaban, yo pensaba 'qué interesante, que Dios les bendiga', pero no me sentía llamada a entrar en la política partidista. En cambio, dije: 'Cuando queráis organizar la huelga general indefinida, contad conmigo. Es una forma de decir 'basta' a un sistema injusto, que no se arreglará desde arriba'».Todos convinieron en que la huelga general indefinida era difícil de organizar, y que los primeros en sufrir serían los más vulnerables, los que dependían de un jornal. Entonces, Forcades soltó:«Si tenemos la fuerza suficiente y el poder de convocatoria para hacer una huelga general indefinida, también los tenemos para organizar un movimiento desde abajo que se presente a las elecciones, porque el objetivo de la huelga general indefinida no es hacerla, es que caiga el Gobierno; y abrir un proceso constituyente para renegociar el pacto social. Se lograría la ruptura de manera pacífica, democrática y sin que hubiera ninguna otra Ester Quintana». Algo dentro de ella le hizo un«clic».

Del silencio al ruido

Forcades tuvo que exponer su«clic»al resto de la comunidad de Sant Benet, donde le pusieron peros -«es una comunidad plural y hay distintas opiniones»-,y naturalmente consultarlo con su obispo. Hasta que no lo hizo público, confiesa, tuvo un debate interno.«En medio de la lucha política más justa eres feliz, pero no hay mayor espacio de felicidad que el silencio y la gratuidad». Parecerían mundos antitéticos. El orden y el caos. La serenidad y el batiburrillo. Pero, para ella, los espacios de silencio de San Benet son como el cargador de un móvil: le dan autonomía para llegar a todos los requerimientos.

Y con esa vocación pedagógica que transpira, se acomoda el velo como si fuera a caérsele sobre los ojos y explica un relato chino: el del rey que ofreció un premio al artista que captara la paz perfecta. Uno pintó una puesta de sol en una playa: otro, la inmensidad vista desde la cima de una montaña, y un tercero, una cascada turbulenta. El rey eligió esta última '¿Cómo puede ser?', se preguntaron. 'Mirad bien, en esa grieta de la roca, detrás de la cascada, hay un pajarito en una rama'. ¿Se identifica con ese pájaro entre el estruendo?«Querría, aunque a veces pierdo la distancia... Pero creo que la gente me escucha por ese silencio. Y porque lo que digo nace de una reflexión personal, no de la obediencia a ninguna consigna. Yo digo lo que pienso. A veces lo que pienso puede ser equivocado, pero aun siendo equivocado, tiene la frescura del que habla desde sí mismo».

-En el interín se va llevando unas cuantas collejas.

-La primera vez que ves tu nombre con un insulto al lado impacta. Lo lees y dices: '¿Qué se han creído?'. Pero ha pasado, pasa y pasará. Puedes emprender acciones legales, aunque me dicen que si eres una persona conocida tienes que contar con eso. Al final te acostumbras. No es la parte que más me preocupa, sino la aceleración, las demandas que te arrastren hacia una especie de actividad que haga desaparecer los espacios de silencio de los que hablo.

-Puede que el monasterio se le vaya quedando pequeño, como le advirtió la madre abadesa en 1997.

-Mi planteamiento actual no es cambiar la ocupación monástica por la política. Y lo digo a partir de cómo me siento ahora por dentro. De aquí a 10 años no puedo decir qué pasará. Hoy mi entorno me permite formular cosas y llegar a gente a la que, de otro modo, no podría llegar.

Para enfatizar la importancia de ese «entorno», Forcades rebusca en un bolsillo del hábito y saca una tarjetita con un arco iris pintado y la frase Viu l'esperit. Canviant la por per la pau. Se la dejó una hermana sobre la mesilla de noche para que la encontrara al regresar de una de las reuniones del Procés Constituent en la que ella y Arcadi Oliveres estaban encallados. «La fuerza que yo puedo mostrar se nutre de cosas así, ¿ve?».

-¿Esa fuerza podría llegar a tener un acento mesiánico?

-No necesitamos más salvadores ni mesías. Ese es el punto delicado de todo esto. Más que el poder financiero me da miedo que el Procès Constituent no sea capaz de generar autogestión. Si no hay un empoderamiento real, habremos fracasado. Cambiaremos cosas, pero volveremos a tener líderes que montarán su chiringuito y a personas alienadas.

-Sus críticos la acusan de afán de protagonismo.

-Cuando entré en el monasterio eché de menos el reconocimiento externo. Como médico, los pacientes me daban las gracias. Pero este tiempo en el monasterio me ha ayudado a integrarlo. Yo solo quiero ser una voz más.

-Una voz que encuentra altavoces.

-Arcadi [Oliveres] y yo no tenemos poder mediático, ni poder político. Y económico, aún menos. Por no tener, no tenemos ni poder informático, porque la web ha estado seis días sin funcionar, y cuando ha funcionado hemos tenido más de 500 incidencias.

-¿Y si nadie quiere encabezar esa plataforma que impulsan ustedes y le piden que la lidere?

-No creo que pase. Y si pasa, habremos fallado. Ya no sería un frente de personas autoconscientes. Nuestra voluntad es que se haga verdad el redescubrimiento de la propia autoridad política, moral, existencial. Que todos seamos autores de nuestras vidas.

Ingredientes ideológicos

Pero, ¿qué ingredientes están presentes en la cocina de su pensamiento político? La primera, enumera, el personalismo que mamó de la familia -el padre era ateo, que conste- y en la escuela Pau Casals de Gràcia, donde estudió la primaria. «Allí, en la época de Franco, aprendí que todo se decidía en grupo, que era bueno el debate y que los profesores debían escuchar a los alumnos».

Luego su vida sufrió algunos reveses. Sus padres se separaron cuando tenía 11 años, su madre se volvió a casar y a los 16 ella intentó huir de casa. El plan quedó en nada y cayeron en sus manos los Evangelios de la mano de la teología de la liberación, en su formulación primera del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez. «Hay alegatos de los profetas que están recogidos como palabra de Dios y que llegan hasta el siglo XXI: 'Vendéis al pobre por un par de sandalias', 'estáis ofreciéndome sacrificios pero, después de hacerlos, estafáis al pobre en la medida del trigo y el grano'. 3.000 años después estamos igual, ¿no?», dice la benedictina.

Más tarde tuvo una experiencia reveladora en la Venezuela de Hugo Chávez. «El proceso venezolano me interesó de manera práctica, viendo cómo personas marginales me hablaban como si fueran sujetos políticos. Sentían que su opinión tenía peso en el proceso político de su país. Eso es lo que necesitamos, sentir que contamos estemos donde estemos en la escala social. Si no tenemos esa sensación de subjetividad política, ¿cuándo la tendremos?».

Y su cuarto nutriente es el filósofo Enrique Dussel -profesor en México después de que la dictadura argentina le pusiera una bomba-, al que conoció el año pasado cuando vino invitado por Cristianismo y Justicia. «Inspirada en su libro Las metáforas teológicas de Marx, hablo del fetichismo del dinero, que de hecho es una noción bíblica».

Con estos principios activos, Forcades ha construido sus tres píldoras críticas al capitalismo. Primera: «Si el capitalismo fuera el adalid de la libertad, yo sería capitalista. Pero nos engañan. Regula en un lado y en el otro, nada. Las empresas deslocalizan y los trabajadores no pueden cambiar de país por las leyes de inmigración». Segunda: «No quiero empresas que busquen ganar más dinero sino mejorar el país, que no quieran la obsolescencia programada, que no hagan productos deteriorados para poder volver a venderlos 10 años después. ¡Qué vergüenza! Eso va en contra de la productividad y genera montañas de residuos. Es antiético». Y tercera: «La crítica a la plusvalía. El capitalismo dice: 'Si yo obtengo con tu trabajo mil euros de beneficio y a ti te pago uno, está muy bien'. Y yo no quiero una sociedad así, es una indignidad, es algo criminal. Yo quiero una sociedad donde la gente que haga eso vaya a la cárcel. Todas las relaciones laborales deben ser relaciones de colaboración. No puedes vender tu capacidad de trabajo porque no la puedes separar de tu dignidad».

Optimismo de la voluntad

-Hay quien opina que peca de naíf.

-Naíf es la persona que cree que sin un cambio radical de sistema conseguiremos revertir todos estos recortes de derechos y libertades. No solo nos hemos endeudado de por vida, sino que no tenemos ni idea de cuántas generaciones harán falta para pagar la deuda a los bancos.

-Pero creer que todo es posible...

-Todo menos la inacción.

-Incluso dice que, si queremos, podemos cambiar en 24 horas lo que sea.

-La gracia de la frase es el «si queremos». No hay que quejarse, ni buscar culpables, hay que querer cambiar.

-¿Incluso sería posible poner a una mujer al frente del Vaticano?

-¿Por qué no?

-De momento, estará más conforme con el papa Francisco, ¿no?

-Algunos signos son esperanzadores, pero hay uno que no lo es tanto. El 80% de las compañeras monjas de EEUU están organizadas en la Leadership Conference of Women Religious, que congrega a más de 57.000 religiosas. Trabajan con los más marginados. En los últimos años el Vaticano ha enviado inspectores para evaluar sus programas y las han condenado por ocuparse más de las madres solteras que de ir en contra del aborto, por atender a los homosexuales más que combatir el matrimonio gay. Les retiran su autogestión y ellas han advertido de que no lo tolerarán. Pues el papa Francisco ha dicho que adelante con el control.

-Una curiosidad final. ¿Dios le ha pedido acción política como le pidió a Juana de Arco medir su espada con los ingleses?

-[Sonríe] No es mi caso, no. Pero el hecho de que no haya relaciones extraordinarias con Dios no significa que esté ausente. Cuando dos o tres se reúnen en su nombre -y lo hacen cuando se juntan en nombre del amor, la libertad y el respeto-,

Él está presente. Yo cada vez veo más la densidad de la presencia de Dios en eso, en intentar respetar a todos, en las dificultades que surjen...

Y Forcades se va a paso ligero a poner la mesa para el almuerzo, a la una en punto, que es una misión que cumple con gozo porque entre los pucheros también anda Dios y porque es una forma de velar por el bien común.