Análisis
Palabras y hechos
Las disculpas del Rey han sido sus primeras palabras en público tras el bochorno. Pero más importantes serán sus primeros actos. El reconocimiento de su falta de sensibilidad («lo siento mucho») y la admisión del error («me he equivocado») deben dar paso -urgentemente- al cambio y a la rectificación («…y no volverá a ocurrir»). El Rey y la Corona se enfrentan a un complicado proceso de regeneración personal e institucional, si quieren estar en condiciones de ofrecer un nuevo pacto de legitimidad de Estado con la sociedad española. Las palabras deben abrir paso a los hechos.
Una sociedad que se avergüenza del jefe del Estado no aceptará -resignada y pasivamente- que los cambios inaplazables sean meramente cosméticos. No se trata de un problema de imagen o de relaciones públicas. Se trata de una profunda reflexión sobre cómo la Monarquía va a encontrar los resortes para restablecer la conectividad con la sociedad más allá de un posible relevo. Se equivocarán si piensan que simplemente se trata de sustituir a una persona porotra. De lo que se trataría es de cambiar una monarquía porotramonarquía. Solo así pueden tener la mínima opción para volver a estar en condiciones de ofrecer un nuevo capital político e institucional.
Los cambios a abordar, en una primera etapa, afectarían -bajo mi punto de vista- a cuatro áreas básicas: transparencia, rendición de cuentas, contención y democratización.
Transparencia. Los viajes privados del jefe del Estado, sean o no sufragados por el erario público, deben ser comunicados de forma oficial, detallados y justificados al Gobierno, al Parlamento y a la opinión pública. El debate no es sobre la privacidad de la vida del Monarca, sino sobre la ejemplaridad e idoneidad de su comportamiento en su globalidad: personal, relacional e institucional. El fariseísmo que toleraría determinadas actividades por el hecho de que estas sean privadas nos ha llevado directamente a la cacería en África.
Rendición de cuentas.La Casa Real no puede quedar excluida de la ley de transparencia con el débil argumento de que «no es una Administración pública», como afirmaba la vicepresidenta y portavoz del Gobierno,Soraya Sáenz de Santamaría. El proceso parlamentario debe corregir, ineludiblemente, esta omisión. La Casa Real… ¡claro que es pública, aunque no sea estrictamente Administración! La Zarzuela debería pedir, a iniciativa propia, la supresión de todo tipo de privilegios en relación a cualquier otro servidor del Estado.
Contención. Es necesaria una reducción del presupuesto de la Corona y de sus estructuras. Y aunque en términos comparativos la Monarquía española sea más barata que las otras casas reales europeas, de lo que se trata no es de que sea la más barata sino la mejor. Abanderando un nuevo concepto de monarquía. La familia real debería adaptar su estilo de vida no solo a causa de la grave crisis financiera que afecta al país y a sus ciudadanos, sino como un nuevo modelo ejemplificador, más modesto y funcional. Menos papel cuché y más papel social.
Democratización. La Monarquía hereditaria es, en sí misma, una institución no democrática pero que puede prestar servicios (y grandes servicios) a las democracias. Pero para ello necesita asumir la praxis, la cultura y el estilo del republicanismo cívico. Es la única vía. Eso significa despojarse de privilegios y condescendencias propias de un mundo de súbditos en lugar de ciudadanos.
Acostumbrarse a las críticas, al debate y al cuestionamiento de su rol en la sociedad, volviendo a recuperar el concepto de servicio público, abriendo sus prácticas a nuevas actividades más cívicas y menos regias es todo un reto para la Casa Real y todos sus miembros, en especial para el Monarca y su sucesor. Las primeras palabras del Rey son un gesto, sí, que hay que transformar en estrategia y en una agenda de cambios que le permitan, 30 años después, una segunda transición personal e institucional.
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