El debate independentista

Solo uno de cada diez diputados vota por la independencia de Catalunya

Mas recuerda que el Rey también vota en los referendos, pero CiU sosiega el pulso secesionista

JOSE RICO

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A Artur Mas se le vio ayer irritado, irascible, quejoso y molesto en el pleno del Parlament. No tenía una papeleta sencilla. La oposición le atacó por derecha e izquierda por su política de recortes y por su síndrome de Doctor Jekyll y Míster Hyde con el independentismo. Del tijeretazo se defendió acusando de nuevo al tripartito de todas las plagas bíblicas actuales. De suexprés a la independencia -el 10-A votó a favor y el 13-A, ayer, se abstuvo-, apelando a su soberanía personal y apoyándose en un soberano. Participó en el simulacro de consulta en Barcelona igual que el Rey vota en los referendos pese a ser un jefe de Estado. La regia comparación tenía un punto débil evidente: Juan Carlos vota en consultas cuyo resultado es vinculante. Mas y CiU, en cambio, participaron en una iniciativa inocua, sin valor legal, irreal. En cambio, su abstención parlamentaria de ayer en la votación de la ley de independencia presentada por Solidaritat Catalana es tan real como que sirvió para zanjar, al menos durante cuatro años, un debate que comenzaba a sacar de quicio a la federación nacionalista.

Mas no asistió al debate en el hemiciclo, pese a que se encontraba en la Cámara, así que no escuchó in situ las críticas de toda la oposición a su «incoherencia» y, en algunos casos, a su «irresponsabilidad». Ya había tomado un aperitivo por la mañana cuando, en la sesión de control, se las tuvo con la presidenta del PPC, Alicia Sánchez-Camacho, quien afirmó que Mas ya no es supresident.Fue entonces cuando el líder de CiU invocó al Rey y se convirtió en Míster Hyde por partida doble. Independentista el domingo y pragmático el miércoles. Azote de los populares en el frente soberanista y pareja de baile preferida en el económico.

Acento catalanista del PSC

Para CiU era el día de pasar página. Para el PSC, una oportunidad de acentuar su catalanismo a cuenta de criticar las idas y venidas de Mas con la secesión. Además, los socialistas debían distanciarse de sus colegas de enmienda, el PPC y Ciutadans. El adalid del sector catalanista del partido, Montserrat Tura, en tono solemne, abogó por una reforma de la Constitución y avisó de que a Catalunya no se le pueden poner «obstáculos» para alcanzar cualquier «horizonte de libertad» que escoja. Pero hurgó donde más duele a los independentistas al recordar la hoja de servicios a España delpresidentLluís Companys: «Él dijo en esta tribuna en 1936 que no rompería el orden constitucional. El PSC hará lo mismo». De hecho, pocosexpresidentsse quedaron sin citar ayer, en la vigilia del día de la República.

Experta en el equilibrismo soberanista, CiU dosificó el hervor independentista de Solidaritat. Dejó que se cociera a fuego lento y que hirviese a rebufo de la consulta de Barcelona, pero desde el primer día advirtió de que apagaría el fuego en el último momento. El mismo día que Joan Laporta presentó la ley de declaración de independencia, la coalición hoy dividida era consciente de que estaba quemando su principal (y único) cartucho electoral, que le estaba sirviendo a CiU en bandeja de plata el final de su estrategia de presión, que agonizó ayer frente al Parlament mostrando su vertiente más pintoresca. Mientras sus activistas gritaban en el parque de la Ciutadella y lanzaban improperios contra los «traidores» (grupo en el que quedaron adscritos el Govern, los diputados de CiU y hasta Laporta), los tres parlamentarios de Solidaritat renunciaban a Ítaca.

En un gesto desesperado para salvar la ley, propusieron a los nacionalistas desnaturalizar su texto, eliminando el mandato de votar la secesión antes del 2014. CiU ni pestañeó. «No podemos estar hablando todos los días de lo mismo», justificó en la tribuna el portavoz de los nacionalistas, Jordi Turull, en un argumento ya clásico para neutralizar a un Grupo Mixto que clama por la independencia y por la unidad de España a partes iguales un día tras otro. CiU recordó que su programa electoral no independentista ganó las elecciones y que, por lo tanto, se deben a sus votantes. A los secesionistas, a quienes guiñó el ojo el domingo en el 10-A, y a los no secesionistas, a quienes tranquilizó ayer con su abstención.

ICV-EUiA, atrapada en ese federalismo de viabilidad cuestionada, acabó compartiendo la abstención con CiU. El diputado Jaume Bosch se consoló recordando que la secesión solo tiene 14 defensores en el Parlament (y divididos en tres grupos), pese a las encuestas y a los 257.645 votos del 10-A. Unos sufragios que CiU, con su real abstención, redujo a cenizas en apenas 72 horas.