AMBIENTE DE VICTORIA

El fin del largo exilio

El Hotel Majestic se vino abajo ante la sobrada victoria de Artur Mas

NÚRIA NAVARRO / Barcelona

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De lo que se trataba el domingo era de saber con cuánta holgura podrían gobernar Catalunya. Pero la evidencia de la victoria no le ha robado un átomo de emoción a la noche electoral del Majestic. La expectación por un escaño arriba o abajo ha sido comparable a la del 29 de noviembre de 1947 durante el recuento de votos de Naciones Unidas que aprobó la resolución 181. Allí, como aquí, significaba el retorno a la Tierra Prometida, el fin de un largo exilio, la posibilidad de modelar el destino de una nación ("hoy hecha unos zorros", en palabras de la propia federación).

En el ambiente, un alborozo feroz, como de última estación de la rabia. O sea, esa cosa tan humana de celebrar sin disimulo la debacle ajena tanto como la victoria propia. Un "elis, elis" en toda la regla, vaya. "Siempre hemos ganado, siempre, pero no logramos gobernar por culpa de esos butiflers", tronó un encendido hooligan convergente, celebrando la marcha de la izquierda okupa. A la que apareció Montilla en la pantalla gigante desde la fúnebre Nicaragua, hubo una salva de sonoros pitidos y fueras. "Queremos que Mas gane por mayoría amplía, sí, pero el batacazo de PSC también nos hace mucha ilusión", se sinceró un cachorro convergente que acababa de votar por primera vez en su vida.

Ni un alfiler

Precisamente esa savia nueva del catalanismo propensa al Lacoste ha sido una de las novedades de las noches del Majestic. "Nuestra generación ha crecido con el tripartito y hemos visto cómo se le ha perdido el respeto a Catalunya", coincidían en medio de la algarabía juvenil. Destacó también la miriada de representantes de las pymes, que juraban haber pasado "miedo" estos últimos siete años. Venían a ver si, por fin, Mas les quitaba los palos de sus ruedas productivas. Y hubo algún director general desaparecido en tiempos de vacas flacas que reapareció atraído por la incandescencia victoria (entre ellos, Damià Calvet y Jordi Albinyana).

La puerta del Majestic se puso dura, muy dura, desde primera hora. No cabía un alfiler. Entre los afortunados, muchas mestresses vestidas por Pérez Valette, adictos al partido de siempre y algún famoso pero tampoco tanto: la pareja Josep Corbella y Maria de la Pau Janer celebrando su eventual comunión ideológica; David Meca, nadando en la sudorosa marea humana; Ramon Canela, de los DIR, orgulloso de que el futuro president hubiera hecho ayer mismo unos largos en una de sus piscinas; y Marta Ferrussola que no paraba de repetir "ja veurem, ja veurem" pese a la precoz evidencia de los 62 escaños. Mientras, fuera, unos 300 simpatizantes se jugaron la salud por no perderse el "momento histórico".

"Aquest cop sí"

A medida que pasaba la noche, el Majestic se convirtió en un acelerador de partículas emocionales. Joaquim Molins se abrazaba a un Madí que subía y bajaba del segundo piso, donde estaba la plana mayor, pero se mantenía en la euforia. "Estàs content?", le preguntó Molins. "Collons si estic content!", decía con alivio ontológico. Y el resto les copiaba en efusiones.

Al fin salió Mas, entre salves, y avisó de que había que recibir la victoria con "humildad, responsabilidad y esperanza", sin aspavientos. Pero también a él se le notaba que su paisaje interior era otro. Tenía la mirada del héroe forjado en la adversidad, del Moisés avistando Palestina tras pasar muchos calores. Finalizaban los siete años de exilio. No más pan ácimo ni hierbas amargas. "Aquest cop sí". Era la hora del cava con su "ejército de resistencia", de salir al balcón del Majestic, de dejarse vitorear, de besar a Helena Rakosnik, su esposa, la ya primera dama, y de cantar Els Segadors con bombo y todo.