La preservación del modelo social

De qué Estado hablamos

Más allá de los debates etnicistas, convendría discutir qué modelo de bienestar defiende cada grupo

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Toni Mollà

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En la vigilia de la huelga general, el expresidente de la GeneralitatJordi Pujoldeclaró que no era como las anteriores porque los sindicatos no podían ganarla aunque fuera un éxito. Eran palabras mayúsculas a las que quizá no hayamos prestado atención suficiente. Según el expresidente de Catalunya, el presidente del Gobierno de España «sólo es el mascarón de proa, porque en España ya no mandanRodríguez Zapateroni (Elena)Salgado,y no es un tema satírico. Es una realidad, pero es que, además, es una suerte, incluso para él». Con sus palabras,Jordi Pujolformulaba un diagnóstico rotundo de la situación española actual, más allá de la críticatacticistaa la que nos tienen acostumbrados los políticos. ElpresidentPujolse refería, con sus palabras, al peso determinante de los mercados en la marcha general de cualquier país, al margen de sus políticas públicas más o menos coyunturales. «Y esto lo cambia todo», añadíaPujol,«cualquiera que sea el éxito o no éxito de la huelga», pues vivimos una situación de «cambio radical y profundo».

Jordi Pujolacertaba al señalar que los cambios económicos, políticos, tecnológicos y socioculturales de las últimas décadas han dejado sin sentido viejas concepciones de la sociedad y de la misma política. Y han provocado, ciertamente, un «cambio radical y profundo». Ya en 1991,Anthony Giddensaseguraba que «vivimos en una época de pasmoso cambio social, caracterizada por transformaciones que divergen radicalmente de las de los períodos anteriores». En este contexto, la multiplicidad de los problemas y la irrupción de factores inéditos desbordan los diagnósticos tradicionales. Ladestradicionalización, la redistribución de los espacios económicos y de los ejes de desarrollo transnacionales o la integración europea también son factores de primer orden. En este entorno general de transformaciones, los valores

-básicos hasta ayer mismo- de la solidaridad social y de la confianza institucional también se han desdibujado. Por su parte, el neoliberalismo rampante desde hace más de dos décadas contribuye a una sensación de desgobierno y de falta de referentes. «Hoy estamos dominados por una ideología neoliberal cuyo principio central es afirmar que la liberación de la economía y la supresión de las formas caducas y degradadas de intervención estatal son suficientes para garantizar nuestro desarrollo», escribíaAlain Touraineen 1996.Ulrich Beck,por su parte, habla del metapoder de la economía mundial ante el Estado: «Una especie de poder transversal que puede cambiar las reglas nacionales e internacionales». Tal como sugeríaJordi Pujolen su intervención,Rodríguez Zapaterocarece de jerarquía ante los poderes -¿fácticos?- establecidos por los conglomerados empresariales y los flujos económicos. La inferencia es obvia: ¿qué vela le corresponde, pues, al Estado --y a la injuriada política-- en este entierro? Y cuando digo al Estado, digo a la Generalitat, que no es sino una parte o forma de Estado. ¿En qué y en quién mandaJosé Montilla,pues? ¿De qué y de quién mandaráArtur Mas,en caso de gobernar dentro de unas semanas?

Las sabias palabras del presidentePujoltienen que leerse como una invitación a la reflexión que nos lleve a un diagnóstico sobre la situación real que vivimos. Y, por supuesto, como una invitación a la elaboración de propuestas programáticas por parte de los partidos políticos, que son, nos guste o no, los agentes de corrección de las desigualdades sociales. Sin duda alguna, la convocatoria electoral es una ocasión inmejorable para el debate. A nuestro entender, el viejo anhelo del Estado del bienestar es una referencia obligada para establecer los límites que el mercado no debe traspasar. Y, en este contexto, pensamos que el sector público fruto de este modelo europeo -la enseñanza, la sanidad, la comunicación, los servicios sociales, etcétera- sigue siendo la mejor red de seguridad personal y de cohesión comunitaria. Creemos, en contra de los apóstoles de la liberalización de estos ámbitos y servicios, que el Estado del bienestar tiene unas funciones económicas, sociales y políticas que deben preservarse.

El reto, como sugiereRichard Sennett,radica en hacer compatibles la democracia política, el desarrollo de los derechos sociales y un desarrollo económico que asegure la reproducción del propio modelo en las nuevas condiciones. Se trata de un debate global que supera al Gobierno de España y al de la Generalitat, por supuesto. Pero, cuando reivindicábamos la autonomía -o la independencia, que tanto monta- partíamos de que el sentido último de las políticas de proximidad era atender (mejor) las necesidades más peremptorias de la población. Por ello, en este inicio de campaña electoral, llama la atención la falta de controversia sobre la política real que debe acometer un Gobierno de Estado como es el catalán. Más allá de los debates etnicistas y de las descalificaciones retóricas, convendría discutir qué modelo de Estado del bienestar defiende cada grupo para el Estado catalán. Convendría discutir, pues, qué escuela, qué hospital, qué comunicación pública, qué asistencia a los dependientes y qué pensión pueden esperar los ciudadanos que pagan sus impuestos en Catalunya. ¡Poca broma!

Periodista.