Análisis

La imprescindible unidad de la manifestación

Antoni Serra Ramoneda

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Será por casualidad. Pero la fecha elegida por el Tribunal Constitucional para hacer público su fallo sobre el tan manoseado Estatut es muy inconveniente para quienes pretendan organizar manifestaciones públicas de desacuerdo, o incluso de acuerdo, con su contenido. Las razones son obvias y no precisan detalle. Si, además, la idea es llamar a todos los catalanes descontentos a coincidir físicamente en el centro de Barcelona, el reto adquiere mayor dimensión. Solo un sábado por la tarde es una fecha conveniente, lo que obliga a quienes acudan a sacrificar un fin de semana renunciando a buscar cobijo de las altas temperaturas en lugares más templados.

Aunque no hay datos objetivos, no parece osado afirmar que, a falta de conocer la sentencia, el primer impacto del fallo ha dejado insatisfecha a una proporción considerable de ciudadanos catalanes tanto por el recorte que anuncia como por la forma en que fue acordado. El grado de insatisfacción puede variar en intensidad, sin duda. Pero la obligación de las fuerzas políticas y de las asociaciones ciudadanas es convencer sobre todo a los más tibios de la importancia que tiene exteriorizar el rechazo al trato dado al Estatut y a los sucesivos recortes –cepillados, diría alguno– a que ha sido sometido. Los recuentos de asistencia a la manifestación diferirán, arrimando cada uno el ascua a su sardina. Pero finalmente las imágenes que podremos ver en la prensa y la televisión no mentirán, si bien pocos lo querrán reconocer.

Causa cierta inquietud enterarse de las discusiones en torno a los detalles organizativos de la convocatoria y a los lemas y símbolos que la deben presidir. En el fondo, son cuestiones secundarias, pero que pueden poner en peligro el objetivo perseguido que, como se ha comentado, es conseguir que todos los descontentos con el resultado, y la forma de alcanzarlo, estén presentes en la comitiva. Si por tacticismos de vuelo gallináceo, por intereses partidistas, o simplemente por personalismos mal entendidos, se rompe o incluso solo se agrieta la unanimidad en la protesta, se corren dos riesgos.

El primero, naturalmente, es hacer evidentes discrepancias que pueden ser y serán magnificadas por quienes quieran devaluar su alcance. El segundo es que algunos ciudadanos, los más tibios, desencantados ante el mal ejemplo de los líderes, opten finalmente por preservar el fin de semana ahorrándose las molestias y los calores que la participación en una manifestación multitudinaria, una tarde calurosa de un sábado del mes de julio, comporta. Y con ello contribuir a que las imágenes no representen de manera fidedigna la extensión del malestar imperante.

Hay síntomas, apoyados en deseos, de que el buen sentido se impondrá. Esta vez nuestros representantes políticos y sociales no nos pueden fallar. Tienen margen e imaginación suficientes para encontrar fórmulas que preserven íntegramente el objetivo fundamental. Que es, ni más ni menos, que de la manifestación pueda deducirse de manera objetiva el daño que todo el proceso de discusión del Estatut, y el fallo conocido, ha supuesto para un encaje satisfactorio de las aspiraciones catalanas dentro de la organización política española. Mucho está en juego. No tanto a corto plazo, donde poco va a poder variarse. Pero, como lo han comentado ya expertos constitucionalistas, en realidad ahora se inicia una nueva etapa cuyo final dependerá de la firmeza, determinación y astucia con que Catalunya juegue sus cartas. El primer paso es el de esta manifestación en cuya preparación nadie debería dar un paso en falso.