ANÁLISIS

Cómo aprovechar una huelga contra tu propio Gobierno

David Miró

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Esta semana, el jefe de campaña socialista, Jaume Collboni, ha tenido que marcar en rojo una fecha en su agenda, la del 29 de septiembre, el día de la huelga general contra la reforma laboral y los recortes sociales impulsados por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Collboni tiene el corazón dividido. No en vano es vocal de la ejecutiva de UGT, sindicato convocante y que tradicionalmente ha mantenido estrechas relaciones con el PSC. Pero su caso no es único, hay miles de militantes socialistas que comparten afiliación con UGT, y estos días se enfrentan al mismo dilema de 1988 y 1994. El calendario ha querido esta vez que la huelga coincida con la antesala de las elecciones catalanas. ¿La puntilla para el PSC?

«No es cómodo para nadie, pero tampoco se está viviendo como un drama», afirma Collboni. Para calibrar con exactitud la situación hay que explicar que UGT y el PSC mantienen históricamente una relación de tú a tú, con un escrupuloso respeto por la autonomía de cada cual, cosa que ha creado un marco de relaciones capaz de resistir enfrentamientos esporádicos. Aun siendo bueno, el trato entre José Montilla y Josep Maria Álvarez no es comparable al idilio que han mantenido Cándido Méndez y Zapatero hasta hace unas semanas, y que en su día llevó a que el dirigente sindical le fuese otorgado el título de «cuarto vicepresidente». Estos días las llamadas entre las cúpulas de ambas organizaciones han sido diarias, la comunicación es fluida. Todos tienen toda la información. Y cada uno es consciente de su papel. Un dirigente socialista con doble militancia explica que «los dos intentarán evitar heridas irreparables, hacerse el menos daño posible. Lo hemos visto, por ejemplo, con la huelga de funcionarios».

Los sindicatos tampoco quieren que se les acuse de hacerle la cama a Zapatero (y mucho menos a Montilla) o el trabajo sucio a la derecha. «Esta no es una huelga para hacer caer al Gobierno, es para reponer derechos», avisa Álvarez. Un dirigente socialista también vaticina que «el PSC se cuidará mucho de descalificar a los sindicatos y se centrará en explicar por qué se toman determinadas decisiones». Un pacto de no agresión, para empezar.

Y es que esto no es Estados Unidos o Suecia, donde los sindicatos recogen fondos e incluso pagan las campañas de aquellos partidos que consideran que representan sus intereses, pero qué duda cabe de que juegan un papel, sobre todo para la izquierda. Los partidos los respetan. Son poderosos. El PSC ha dado forma en las últimas semanas a una sectorial llamada red de sindicalistas socialistas, que cuenta con unos 1.500 miembros que sirven al partido para absorber la sensibilidad sindical. ¿Cómo piensa, entonces, el PSC encarar el inevitable choque contra UGT el 29-S? Pues haciendo de la necesidad virtud.

En primer lugar, la huelga se enmarca en un contexto europeo (cosa que le resta carga antigubernamental) y conllevará también una importante movilización. Álvarez lo explica de esta manera: «El objetivo es confrontar las posiciones, nosotros queremos fomentar un debate ideológico sobre cómo debe responder la izquierda a un desafío que no es español, sino europeo». Y Collboni se apresta a recoger el guante: «Si se plantea en términos de debate sobre el modelo social, y se pone el acento en lo que está en peligro, habrá una movilización de la izquierda. Nosotros compartimos su inquietud por el ataque de la derecha contra el Estado del bienestar». Catalunya, pues, sería el primer campo de batalla contra la ofensiva neocon.

En el fondo, se tratará de subrayar que cuando los socialistas recortan lo hacen para salvar el modelo, mientras que si lo hace la derecha es para cargárselo. Pero no será tan fácil. «No podemos esperar que un delegado sindical que hace campaña a favor de la huelga esté luego en una agrupación defendiendo la reforma laboral», afirma un veterano dirigente. Otra carta a jugar es la gestión de Montilla, que a diferencia de Zapatero ha conseguido llevar a buen puerto el diálogo social.

Por otra parte, los sindicatos presionarán para que todos los partidos se posicionen en esta batalla. «Me ha dejado boquiabierto el desparpajo del señor Josep Antoni Duran Lleida hablando del paro o del PER. Que se preparen», advierte Álvarez. Ahora falta por ver cómo se lleva todo el proceso y qué consecuencias tiene. Las elecciones catalanas vendrán marcadas de inicio por el éxito o el fracaso de la huelga y sus repercusiones. A bote pronto los socialistas vivieron el anuncio como la puntilla. Pero en un contexto de debacle demoscópica ya hay quien empieza a verlo como una oportunidad.