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Décima avenida
Joan Cañete Bayle
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Los paseos de Sharon y Ben Gvir

La antigua distinción de la política israelí entre ‘palomas’ y ‘halcones’ ha quedado desfasada por el colapso del llamado campo de la paz

Ben Gvir, el incendiario ministro que maneja el Gobierno de Israel

Abascal se reúne con Netanyahu en Israel en pleno choque diplomático con Sánchez

Itamar Ben Gvir, el nuevo ministro de Seguridad Nacional de extrema derecha de Israel

Itamar Ben Gvir, el nuevo ministro de Seguridad Nacional de extrema derecha de Israel / EFE

El siglo XXI en Israel empezó con la victoria de Ariel Sharon en las elecciones de marzo de 2001. Como líder del Likud en la oposición, el viejo general convulsionó la región en septiembre de 2000 con una visita a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, que dio lugar a una serie de disturbios que se consideran el inicio de la Segunda Intifada. En las elecciones, Sharon derrotó al laborista Ehud Barak en un duelo entre las dos almas de la política israelí: las llamadas ‘palomas’, que propugnaban las negociaciones con los palestinos en el marco de los Acuerdos de Oslo, y los ‘halcones’, que abominaban del proceso de paz. Sharon era el halcón por antonomasia. Señalado por una comisión de investigación de la Knesset por la masacre en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, simbolizaba la mano dura militar con los palestinos, la expansión de los asentamientos y la intransigencia negociadora.

Dos décadas después, Sharon, fallecido hace diez años después de desalojar a los colonos de la franja de Gaza en el último intento (unilateral) de la solución de los dos estados, sería considerado una paloma en el Israel más radical de la historia. El anhelo indisimulado del Gobierno actual es volver a colonizar Gaza. Tan extremista es el Ejecutivo que puede afirmarse que ni siquiera Binyamin Netanyahu, que ha dedicado su vida política a evitar la solución de los dos estados, es hoy el político más radical de su Gobierno. El eje ideológico israelí se rompió cuando colapsó el proceso de paz y el denominado campo de la paz desapareció. Desde entonces, la competición política consiste en demostrar quién es el halcón con las garras más afiladas. En este sentido, la foto de esta semana entre Netanyahu y Santiago Abascal dice más del primer ministro israelí que del líder de Vox, y de dónde está el Israel de hoy en el mapa político de los países occidentales. Qué lejos, el Israel de los pioneros ideológicamente transversal.

Esta semana, el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, distinguía entre Israel y el Gobierno de Netanyahu. Pero el primer ministro no es un actor aislado. En este siglo XXI, la población israelí se ha radicalizado: han aumentado los colonos que viven en Cisjordania y el apoyo a los partidos de extrema derecha que compiten entre ellos en propuestas supremacistas. Esta semana, Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, imitó a Sharon y visitó la Explanada de las Mezquitas para denunciar el reconocimiento de Palestina por parte de España, Noruega e Irlanda. Ben Gvir vive en un asentamiento en Cisjordania y en su juventud estuvo vinculado al Kach, una organización que fue considerada terrorista por Israel, la Unión Europea y Estados Unidos. El camino que va del paseo de Sharon al de Ben Gvir es el trayecto al derechismo supremacista, ultranacionalista y racista de la política y una parte considerable de la sociedad israelí.

La reacción ante el 7-O ha colocado a Israel, al proyecto sionista de crear un hogar nacional para el pueblo judío en la bíblica Eretz Israel, en una situación muy compleja. La empresa sionista, que empezó a finales del siglo XIX, sin duda ha triunfado en su empeño de controlar la tierra que anhelaba: hoy, a través de diferentes formas, Israel ejerce la soberanía en todo el territorio de la Palestina del mandato británico. Pero queda la asignatura pendiente de la población palestina, la que existía cuando los primeros colonos sionistas empezaron a llegar a finales del siglo XIX y la que persiste hoy en Israel, Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

Qué hacer con ellos ha sido siempre el talón de Aquiles del sionismo: entre los palestinos con ciudadanía israelí (aunque no plena en derechos y deberes) y los refugiados hay una graduación de estatus y políticas. La partición (los dos estados) es la solución menos mala, pero a lo largo de la historia se ha demostrado imposible de llevar a cabo. Hoy, al Israel más nacionalista y radical de su historia, el país en el que los halcones han devorado a las palomas, le toca responder a la pregunta clave para la existencia del país, gestionar una fase decisiva de su historia. Y, por ahora, solo responde con muerte y destrucción de una escala que genera horror, repulsa y aislamiento internacional. Es dudoso que un país como Israel se lo pueda permitir.

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