Malos olores
Andreu Escrivà

Andreu Escrivà

Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'. 

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El derecho a abrir las ventanas sin miedo

Desprovistos de un marco regulatorio coherente y asentado, los malos olores son considerados como una molestia, un incordio o causa de desvelos... pero pocas veces como 'contaminación'

Una alfombrilla cubre una tapa de alcantarilla para evitar el mal olor en la Rambla del Poblenou, en Barcelona.

Una alfombrilla cubre una tapa de alcantarilla para evitar el mal olor en la Rambla del Poblenou, en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Si uno piensa en la 'contaminación', seguramente le vendrán a la cabeza imágenes de tubos de escape, de chimeneas o de tuberías vertiendo líquidos tóxicos a los ríos. Pocas personas pensarán en la luz artificial o en el ruido, dos contaminantes que afectan gravemente a nuestra salud y a la del resto de especies animales (y algunas vegetales). Aún menos mencionarán los malos olores.

Desprovistos de un marco regulatorio coherente y asentado, los malos olores son considerados como una molestia, un incordio o causa de desvelos... pero pocas veces como 'contaminación'. Y eso a pesar de que ya en el 'Reglamento de Actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas' de 1961 se definía como "molestas" a las actividades que "constituyan una incomodidad" por los olores que producen. Sin embargo, pese al progreso de la legislación ambiental y a ciertas normativas de carácter eminentemente industrial, los malos olores no han impregnado el imaginario colectivo que gira alrededor de la contaminación, aunque sí hayan penetrado en la vida de millones de personas, para su desgracia. El problema es que se sigue viendo como algo subjetivo.

Personajes pintorescos al margen (recuerden: "¿Dónde está la contaminación que yo la vea?"), nadie niega la contaminación del aire, del agua y del suelo. Se puede medir con relativa facilidad y sus efectos son conocidos, visibles y causan alarma social. Los malos olores, en cambio, cargan con el lastre de ser percibidos como algo que depende de cada persona, culpabilizándolas incluso por ser "demasiado sensibles" o "quejicas". Nada más lejos de la realidad: un mal olor persistente no sólo puede que esté indicando una probable contaminación del aire o del agua en el entorno inmediato, sino que puede provocar problemas de salud como dolor de cabeza, náuseas, insomnio, vómitos o problemas respiratorios, según la OMS. Además, suele conllevar un empeoramiento del estado de ánimo, al representar no sólo una alteración de la vida diaria, sino también al provocar un sentimiento de desamparo, dado que apenas existen herramientas legales para combatir esta forma tan desconocida y, a la vez, tan extendida y tan molesta de contaminación.

Ha llegado el momento de poder abrir las ventanas sin miedo. Luchemos por ello.

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