Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Microcapitalismo salvaje
El IRPF, declarado a un lado y desaparecido al otro, emite su siniestra disonancia y Hacienda afila sus dientes: es el único tribunal, junto a las redes sociales, en que la presunción de inocencia no existe
Soltó esa perla, “microcapitalismo salvaje”, Alejandro Lérida, autónomo, porque de los muchos trabajos que carga el autónomo sobre su lomo destaca esa tortura invariable: perseguir pequeños pagadores remolones. Corre tras ellos el pintor, el escritor; corre el torero y el editor, y lo hace sin zapatillas, descalzo como un penitente. Para el autónomo, a veces, cobrar supone más trabajo que trabajar. Probad a veros contratados por un pequeño y remoto ayuntamiento, por una diputación: enfrentaos a esas páginas webs que no permiten cargar el PDF, que no saben leer la firma, que se cuelgan en el momento de volcar la documentación. Mientras trata de ponerse a tono con la burocracia, el autónomo ya hizo lo que le pidieron: entregó el encargo en fecha. Superado el laberinto, a final de mes, emite su factura. Pero luego, en primavera, cuando llega la hora temida de la verdad y la declaración de la renta exige introspección financiera completa, de pronto pisa en falso y cae en el agujero diminuto. Aquel trabajillo por 500 euros no se pagó nunca. El IRPF, declarado a un lado y desaparecido al otro, emite su siniestra disonancia y Hacienda afila sus dientes: es el único tribunal, junto a las redes sociales, en que la presunción de inocencia no existe.
Plomo o plata, dice Hacienda, y entonces un desfalco de 85 euros de impuesto supone horas de llamadas, kilómetros de emails, desvelos. Repito: es el verdadero trabajo del autónomo; la cruz del microcapitalismo salvaje: correr tras un pago de 500 euros no ingresado y su cola venenosa de impuesto sin ajustar.
El retraso obligará al pobre autónomo a viajar en el tiempo con medios artesanales. Buscará en los movimientos bancarios, no vaya a ser que esté equivocado él, con un sentimiento de culpa incongruente, pues un moroso vive su vida en otro código postal y se despreocupa. Prueba insertando redondeos, tira atrás en 'scroll' y por más que busca no halla el ingreso, lo que le obligará a escarbar en el whatsapp, en el correo, en los posos del café: a ver con quién diablos habló y quién le debe quinientos euros y una línea tuerta en la declaración de Hacienda. Redescubrirá nombres, releerá mails obsequiosos que le pedían algo y le ofrecían un dinerito a cambio. La amabilidad de la antigua comunicación se leerá ahora en código de hipocresía, molestará el "saludo", el "gracias", y cuando el moroso sea interpelado recibirá excusas, o largas, o misterio.
Autónomos hay como José Antonio Rojo, quien desarrolló la táctica de llamar por teléfono al jefe de la empresa deudora, al fijo de su casa a las 4 de la mañana, para decirle que él madrugaba mucho y sentía la molestia si le había despertado. Su mujer preguntaba "¿qué pasa, qué pasa?", y el moroso le pagó ese mismo día. Autónomos hay como Pere Amengual, que incluyen el trabajo burocrático necesario para cobrar de administraciones públicas en la minuta, considerando que son horas trabajadas. Autónomos hay como Martínez Abad, que dice que él cobra las cantidades modestas por adelantado, aduciendo que no se puede fiar de la solvencia de alguien incapaz de adelantar una irrisoria cantidad.
En fin, mientras el desarbolado ejército de los autónomos inventa juegos con los que bailar el microcapitalismo salvaje, también las empresas desarrollan su táctica de toreo. Las describe José Aragonés, autónomo, muy bien: “Entregas el trabajo y les pides los datos para la factura. Tardan una semana en dártelos. Se la mandas y, dependiendo de la fecha, resulta que te pagarán en 30 días a contar desde una fecha que curiosamente es cerca de 30 días posterior a esa. Si la mandas el 4 es el 30, y si la mandas el 18 es el 15 del mes siguiente. Pasan dos meses y no te pagan, pero para no parecer un muerto de hambre dejas pasar una semana o dos más. Como la pasta no llega les mandas un mail de “qué hay de lo mío”. A los pocos días te contestan: tu factura no contiene el número asociado a su orden de pago. ¿Esto no me lo podías decir cuando te la mandé? Obviamente, no. Te dan el número de la orden de pago, lo pones en la factura y se la vuelves a mandar. Se repite el proceso y los plazos. A los 6 meses, con suerte, cobras”.
Si no fuera porque los autónomos se pasan así la vida, correría la sangre.
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