Escritora
Care Santos
Escritora
Grandes simios
Los hombres causan más accidentes graves que las mujeres y también mueren más en las carreteras. Que ser un macho agresivo y fanfarrón es peligroso, para quien lo es y para quien lo sufre
El 87% de las víctimas mortales al volante son hombres: Trànsit pone el foco en su forma de conducir
De todas las idioteces que sufro como conductora, mi favorita es la peineta. Ya saben: el dedo corazón erecto, bien enfocado, acompañado de un gesto inequívocamente vulgar. A pesar del poco tiempo que llevo como conductora, me han dedicado varias. Déjenme hablarles hoy de las dos que recuerdo con mayor cariño.
La primera salió de un conductor de un autobús escolar que pretendía meterse en mi carril a toda costa cuando ya era tarde para ello. Lo hizo de todos modos, saltándose dos continuas y un semáforo y, de paso, poniendo en riesgo a los muchos chiquillos que viajaban con él en ese momento. Coordenadas espaciotemporales: la Ronda de Dalt de Barcelona, hora punta de la tarde. Como yo no se lo puse fácil, tuvo conmigo el delicado detalle de bajar la ventanilla y mostrarme su dedo corazón durante unos cuantos segundos. Le dediqué la mejor de mis sonrisas, porque en estos casos me gusta desconcertar a mi adversario, pero por dentro estaba pensando: los padres y madres de estos chavales no sabrán que sus hijos van en autobús con un agresivo irresponsable. Muchos otros, tampoco.
El segundo caso también merece una crónica. Un joven conducía una furgoneta y tomó un carril de desaceleración de la C-32. Por alguna razón incomprensible, decidió detenerse en mitad del carril para consultar su móvil, entorpeciendo el paso de cuantos circulábamos tras él (conmigo en primer lugar). Le afeé su conducta a bocinazos. No entendió que debía avanzar sino todo lo contrario. Para mi sorpresa, bajó del vehículo, caminó hacia mí con expresión furibunda, como si pretendiera apalizarme (apuesto a que le hubiera gustado) y cuando llegó a mi altura, toda vez que yo no respondí a su amenaza, pegó con violencia la nariz contra mi ventanilla y levantó los dedos corazón de ambas manos. También arrugó el hocico y me mostró una ristra de incisivos, premolares y molares que necesitaban una ortodoncia. Una experta en lenguaje no verbal habría podido compararle con un simio al ataque. Yo también lo pensé. Me acordé de Jane Goodall y sus experimentos sobre la violencia innata. Me dio la risa. El conductor de la furgoneta se enfadó al verme reír, tanto que la emprendió con mi coche a manotazos. Tres o cuatro golpes después volvió a su vehículo, arrancó y se largó saltándose el semáforo en rojo. Sospecho que le quitaron cuatro puntos, porque en ese lugar hay cámaras. Yo le hubiera quitado más.
Hace un tiempo una campaña de seguridad vial francesa eligió un eslogan curioso para llamar la atención sobre la siniestralidad masculina en accidentes de tráfico. Fue justo después de que la estadística demostrara que los hombres causan más accidentes graves que las mujeres y que también mueren más en las carreteras. Que ser un macho agresivo y fanfarrón es peligroso, para quien lo es y para quien lo sufre. El eslogan de la campaña rezaba: «Sé el hombre que quieras, pero sé un hombre vivo». Yo iría más lejos. ¿No estamos en tiempos de contundencia retórica? Pues vamos allá: «O te civilizas o vas en bicicleta». Otro, y en verso: «Aprende a conducir en lugar de tanto presumir». Con versión latinoamericana y todo: «Aprendé a manejar sin fanfarronear». Y un último, el colofón: «Si no puedes dejar de ser un simio, quítate de mi camino». Ay, qué ganas tenía de decir estas cosas.
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