La carta de Pedro Sánchez
Albert Soler

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Periodista

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Lo que sea, por no dormir en el sofá

Solo aspira a regresar al lecho conyugal, y eso no hay movilización ciudadana que lo consiga si Begoña no transige

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, acompañado de su esposa Begoña Gómez.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, acompañado de su esposa Begoña Gómez. / EFE

Entiendo que Pedro Sánchez escribiera esa carta, cómo no voy a entenderlo, si me pasó lo mismo. Ambos olvidamos comprarle a nuestra esposa la o-bli-ga-to-ria rosa por Sant Jordi, el pasado día 23. A los solteros les parecerá un descuido fútil, pero esperen a casarse y a tener semejante olvido. Uno hace lo que sea para ser perdonado. En mi caso -y no fue fácil-, conseguir una rosa al día siguiente y confiar en la absolución de mi señora, quien, ella sí, me había obsequiado con el preceptivo libro cuando tocaba. En eso estamos todavía. Pedro Sánchez, acongojado como yo por el tremendo olvido, no encontró rosa alguna el día 24 -en Madrid resulta más difícil- y entró en pánico. ¿O piensan ustedes que es casual que la famosa carta se publicara al día siguiente de Sant Jordi?

-Begoña me va a matar. A menos que… ¡claro! Una carta de amor, eso lo soluciona todo. Y pública, para que vea que le declaro mi amor ante todos los españoles. ¡Secretario! ¡Traiga papel y pluma!

El resto de la carta es lo de menos, es solo de adorno, para que Begoña vea que su marido no es un don nadie, que igual habla de jueces que de prensa, menudo es mi Pedro. Lo importante es cuando dice -y uno se imagina a Sánchez con ojitos de cordero degollado al escribirlo- “no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer” (por el bien de la concordancia, debiera decir “de su mujer”, pero se le disculpa porque Begoña podría pensar que Sánchez le quiere levantar la esposa a otro, con lo que sería peor el remedio que la enfermedad).

La frase parece sacada de un bolero de los malos, pero uno hace lo que sea, incluso el ridículo, para no dormir en el sofá, aunque sea el presidente del gobierno y los sofás de la Moncloa sean más amplios y mullidos que el de mi casa.

-Venga, Begoña, hazme sitio en la cama, que les he dicho a todos los españoles que estoy enamorado de ti.

Si hay algo que a una mujer le gusta más que tener a su hombre enamorado es que este lo pregone a los cuatro vientos, anda que no van a rabiar las amigas. Sánchez lo sabe, para eso tiene a sus órdenes al Cesid, que le informa de cómo llevarse a su terreno a quien le interesa. Si funcionó con el Vivales -una amnistía no deja de ser una declaración pública de amor- bien ha de funcionar con Begoña.

Eso sí, alguno de sus muchos asesores debería advertir a Sánchez de que está muy bien manifestar amor por la señora, pero que para eso no son necesarios tres folios. Para llegar a lo único que interesa -el amor, el amor- hay que ir al decimocuarto párrafo. Si de verdad quiere que Begoña lo exculpe, la declaración de amor debe ir en el primero. Y en negrita, que las mujeres son muy suyas para esas cosas.

No hace falta mostrarle apoyo, Sánchez no tiene intención de dimitir, anda que va a dejar la Moncloa. Solo aspira a regresar al lecho conyugal, y eso no hay movilización ciudadana que lo consiga si Begoña no transige. El anuncio de posible renuncia es solo para ablandar a Begoña, en eso Sánchez me aventaja: yo no he podido esgrimir ante mi señora dimisión alguna porque hasta el mes que viene no me toca presidir la comunidad de vecinos.

-Eva, para que olvides mi olvido, valga la redundancia, me tomo hasta el lunes para decidir si dejo de presidir la escalera.

Estas amenazas, estos “sujetadme, que me conozco”, son de boquilla. Yo estaba en un grupo de WhatsApp -después reconvertido en grupo de autoayuda, como la mayoría- la administradora del cual amagaba periódicamente con dejarlo, porque le gustaba que nos movilizáramos a su favor. No lo hice nunca, así que no voy a hacerlo con Sánchez. Si olvidó comprar la rosa, que apechugue, como hago yo.

Con la que ha armado esta vez solo por hacernos saber que está “profundamente enamorado” de su mujer, como olvide también el aniversario de bodas, es capaz de meternos en una guerra mundial. Lo que sea, por no dormir en el sofá.

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