Subdirector de EL PERIÓDICO.
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
El periodismo ante la máquina del fango
La prensa responsable con su función social debe recapacitar si permanece imparcial en nombre de los principios de la profesión ante quienes construyen y difunden bulos
En la carta a la ciudadanía en la que Pedro Sánchez anuncia su peculiar dimisión (o no) en diferido, a lo Xavi Hernández en el banquillo del Barça, el presidente del Gobierno cita el concepto de “la máquina del fango” de Umberto Eco. El filósofo italiano, en referencia a las prácticas de Silvio Berlusconi, bautizó así a la destrucción de la reputación de los adversarios políticos a través de la difusión de falsas acusaciones en los medios de comunicación. Un libelo, según su definición de la RAE: escrito en que se denigra o infama a alguien o algo.
Libelos, informaciones falsas, interpretaciones malintencionadas o rumores elevados a la categoría de noticias son tan viejos como la historia de la comunicación. El advenimiento de las redes sociales y la falta de responsabilidad editorial de los ciudadanos emisores (o retuitadores) hicieron entrar la máquina del fango en otra dimensión. La atomización del sector de la información y la proliferación de nuevos medios de comunicación digitales que con muy poco (y en algunos casos muy subvencionados por según qué administraciones) compiten en la misma economía de la atención que los medios tradicionales sin sus farragosos códigos deontológicos y mecanismos de responsabilidad editorial han multiplicado el alcance del fango.
Hasta el punto de que hoy conviven en pie de igualdad con la información imprescindible en un sistema democrático la desinformación, las noticias falsas, las burbujas mediáticas, el populismo, el asalto iliberal a la democracia, las agendas propias, las maquinarias estatales de propaganda y las campañas de descrédito de adversarios. Todo ello contribuye a deteriorar nuestras democracias, de Estados Unidos a la UE, y constituye un grave riesgo para nuestra convivencia, al asalto del Capitolio me remito como ejemplo. Sin información considerada y aceptada de forma generalizada como fiable, no es posible la conversación pública, el ejercicio del Gobierno y el obligatorio control a los diferentes poderes del Estado.
En su carta a la ciudadanía, Sánchez señala algunos asuntos clave en la convivencia del país y su salud democrática. El problema es que un supremo tacticista como él, que ha hecho de los golpes de efecto y la resistencia su imagen de marca política, genera una justificada desconfianza respecto cuál es el objetivo final de su jugada. Si el lunes este periodo de reflexión que se ha dado y que sume al país en la incertidumbre termina con una maniobra que busca rédito electoral en las elecciones catalanas y europeas o un apoyo plebiscitario a su persona, Sánchez habrá introducido más fango en la máquina, usando en provecho propio un debate muy serio, trascendental para nuestra democracia. Por el contrario, si acaba con una decisión que contribuya a impulsar en el debate político la necesidad de una regeneración de la conversación pública, entre otros asuntos, el presidente habrá contribuido a sacudir el tablero con una potente llamada de atención.
Por supuesto, Sánchez en solitario no puede cambiar la conversación política en España ni poner coto a la máquina del fango. Sería necesario, de entrada, un acuerdo con el principal partido de la derecha, el PP, y la contribución de otros actores más allá de los partidos políticos. Para empezar, del periodismo y de los medios de comunicación.
La defensa de la libertad de información (un derecho de la ciudadanía) es uno de los motivos que explica el corporativismo de la prensa y la escasa crítica profesional que se da entre la profesión. Hay mucho choque ideológico entre medios y periodistas, pero no tanto sobre las prácticas profesionales. El alcance de la desinformación y el daño que hace a las instituciones, a la convivencia y a la conversación política justifican una reflexión de la profesión. Más allá de la imprescindible, sana y justificada discrepancia ideológica entre medios, el periodismo responsable con su función social debe recapacitar sobre la conveniencia de permanecer imparcial en nombre de los principios de la profesión ante quienes construyen y difunden bulos, los aprendices de brujo de la máquina del fango. Por interés social, contribución a la democracia y también por defensa propia: la primera víctima de la máquina de fango, del todo vale y de la desconfianza que genera entra la ciudadanía la desinformación es el propio periodismo.
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