País Vasco
Agnès Marquès

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Periodista

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La libertad y no tener miedo

Ciudadanos cruzan un paso de cebra en Bilbao este sábado en la jornada de reflexión de cara a las elecciones vascas.

Ciudadanos cruzan un paso de cebra en Bilbao este sábado en la jornada de reflexión de cara a las elecciones vascas. / Luis Tejido

Finales de los 80, Bilbao, el Bilbao gris. Había elecciones al parlamento vasco. Estaba jugando en el parque cuando pasó un coche desde el que se lanzaban octavillas. No recuerdo si cogí una por iniciativa propia, si alguien me la dió, lo que me ha quedado grabado es el interrogatorio de mi madre sobre quien me había dado ese papel que resultó ser propaganda electoral de HB. Que no cogiera nunca más nada de nadie en la calle. Estaba asustada, éramos una pequeña familia de catalanes sin arraigo en aquél polvorín, la desconfianza era la norma.

Cuarenta años después Bilbao es una ciudad colorida y alegre comparado con aquella en la que crecí. Algún dia habrá que reconocerles la capacidad de resiliencia y la estabilidad con la que han sabido superar esos años convulsos. Sin embargo, fuera de Euskadi, ETA sigue provocando temblores, como hemos visto en esta campaña electoral. Pocas deben quedar ya por delante en las que la banda terrorista vuelva a convertirse en arma electoral, pero de momento lo sigue siendo. En honor a la memoria, dicen algunos. Se ha dicho de todo estos días, como que en Euskadi los vascos han decidido tirar hacia adelante sin mirar atrás, olvidandolo todo. Un reproche petulante cuando el contraste con aquellos años está en todo a cada momento. Salir a la calle sin miedo, saludar al vecino sin desconfianza, pasear tranquilo, que la sirena de un vehículo de emergencias no te estremezca. La libertad también es vivir sin miedo y ese contraste diario ya es en sí mismo un ejercicio de memoria, por eso mirar hacia adelante es tan necesario.

Cuando uno habla de volver señala en el mapa su hogar. Y nosotros en los 90 volvimos a Barcelona. Sin embargo, siempre hemos vuelto a Bilbao a reandar nuestras rutas habituales por el parque de Doña Casilda, el puente de Deusto, el Campo Volantín, la Avenida Madariaga, San Felicísmo. Cada vuelta, una nueva muestra de la transformación. Y quizá la más sintomática: la naturaleza en el uso del euskera que ahora se oye en la calle y en los parques en los que en los ochenta una simple octavilla sonaba a amenaza.

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