Opinión | Ruanda

Rafael Vilasanjuan

Genocidio

El precio de la inacción sigue estando en la memoria y la lección que deberíamos aprender es que la conjura de que nunca más vuelva a pasar no debería limitarse a Ruanda

Refugiados ruandeses recogen alimentos en un punto de distribución de la Cruz Roja. En el 2001, Ruanda instauró unos tribunales que juzgaron a cerca de dos millones de personas por su presunta relación con el genocidio.

Refugiados ruandeses recogen alimentos en un punto de distribución de la Cruz Roja. En el 2001, Ruanda instauró unos tribunales que juzgaron a cerca de dos millones de personas por su presunta relación con el genocidio. / ULLI MICHEL

En las guerras de hoy hay debate sobre cuándo utilizar el término. Pero si hay algún lugar en el mapa, -tras el holocausto nazi-, donde nadie pone en duda que se perpetró un genocidio fue en Ruanda. Se cumplen 30 años de la masacre más cruel de la historia reciente. En poco más de dos meses se acabó con la vida de casi un millón de tutsis en manos de exaltados hutus.

A cuchillo, el grueso de los asesinatos no lo realizó un ejército, el gobierno instigó el odio y armó a la población con machetes, difundiendo por la radio que los tutsis eran “escarabajos” a los que había que exterminar. Y así se hizo, entre vecinos con crueldad infinita y ante la pasividad de occidente, que ocultó la palabra genocidio, porque eso obligaba a intervenir y no había voluntad de hacerlo.

Con la Francia Mitterrand apoyando la retaguardia de los genocidas y los EE.UU. de Clinton, negándose a enviar tropas, el genocidio avanzó sin límite hasta que una guerrilla liderada por el actual presidente Paul Kagame logró pararlo cuando ya había cumplido buena parte del exterminio.

Sobre las ruinas de la tragedia, con cientos de miles de cuerpos descuartizados desparramados por iglesias, comunidades y fosas, que los medios mostraban como víctimas de la inacción, los líderes políticos de occidente acabaron por hacer contrición y se conjuraron para que no pasara “nunca más”.

Tras el infierno, Ruanda se ha convertido en un modelo de prosperidad, donde invertir es seguro, la corrupción se persigue y se pagan impuestos, tres décadas después ha vuelto la cordura y la paz, eso sí bajo la atenta mirada de un gobierno autocrático que controla todos los resortes.

El precio de la inacción

Pero el precio de la inacción sigue estando en la memoria. Y la lección que deberíamos aprender es que la conjura de que nunca más vuelva a pasar no debería limitarse a Ruanda. No hace falta demostrar un genocidio, basta el empleo de violencia indiscriminada sobre población inocente para no esperar a actuar ¿Les suena? Tres décadas después esa lección no parece que esté en la agenda.

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