Opinión | BLOGLOBAL

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Medio año de crueldad extrema en Gaza

Una calle de Gaza entre escombros.

Una calle de Gaza entre escombros. / REUTERS/Mahmoud Issa

Al cumplirse seis meses del golpe de mano de Hamas en Israel (1.200 muertos), la lejanía de un alto el fuego no hace más que agravar el sufrimiento en la franja de Gaza (más de 33.000 muertos) sin que, más allá de las palabras, se avizore un radical cambio en el comportamiento de Estados Unidos, cuya abstención al votarse la última resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no fue mucho más que un gesto frente a la urgencia angustiosa de que se detengan los combates. Es más que probable que Joe Biden esté harto de la estrategia de tierra quemada de Binyamin Netnyahu, es obvio que el apoyo sin condiciones que la Casa Blanca dispensa a Israel daña las perspectivas electorales del presidente en noviembre, decepcionada una parte de los votantes demócratas por su supeditación a los designios del primer ministro israelí, pero es impensable que Estados Unidos dé curso a un gesto determinante para que el Gobierno israelí se avenga a detener la matanza.

Después de medio año de crueldad extrema en la respuesta israelí en Gaza, sometida la Franja a una destrucción sin precedentes, insensible Netanyahu a las protestas de los familiares de los rehenes de Hamas, que reclaman que se detengan las operaciones para que los suyos vuelvan a casa, y a las manifestaciones que piden la convocatoria de elecciones, concurren en la crisis algunos de los ingredientes enunciados por Thomas L. Friedman, analista de The New York Times. El primero es el oportunismo histórico del primer ministro, que hace quince años llegó a la conclusión de que la mejor forma de debilitar a la Autoridad Palestina en Cisjordania era dar alas a Hamas en Gaza. El segundo es la presión permanente del sionismo confesional -extrema derecha- para que quede sin efecto todo asomo de desenlace político que incluya la solución de los dos estados. El tercero es el objetivo enunciado por Netanyahu de no detener las operaciones hasta la total desaparición de Hamas, lo que en la práctica equivale a perseverar en la destrucción de Gaza por un tiempo ilimitado.

Friedman llega a la conclusión de que Netanyahu es prisionero de sus errores y de su sometimiento a la extrema derecha. Y así las cosas, carece de margen para dar marcha atrás, detener la matanza y delimitar un terreno de juego que refuerce a la Autoridad Palestina y erosione el prestigio forjado por Hamas durante esta larga crisis ante una parte importante de la comunidad gazatí, poco menos que dejada a su suerte por quienes, al menos en teoría, disponen de recursos para parar la guerra. Pero es forzoso añadir, como hace Friedman, que tan necesario es rescatar a la Autoridad Palestina de su clamorosa inoperancia como “estar a favor de la destitución de Bibi Netanyahu por parte del pueblo israelí”.

La actitud contemplativa de los países árabes más influyentes, empezando por Arabia Saudí, no es la más adecuada para que ambas cosas sean posibles. La presión sobre Estados Unidos de sus aliados árabes más importantes es casi inexistente, los señores del petróleo se afanan en proteger el statu quo y nada de lo escenificado hasta la fecha ha tenido el tono y el peso de la oferta del año 2002, cuando más que nunca se concretó la oferta de paz con Israel y la normalización de relaciones a cambio de territorios -Gaza y Cisjordania- donde fundar un Estado palestino con todos los atributos de soberanía. Si en los últimos veinte años ha habido un progresivo deslizamiento del conflicto árabe-israelí hacia un conflicto palestino-israelí, la lógica política de los llamados acuerdos de Abraham -varios estados árabes establecieron relaciones con Israel-, una iniciativa de Donald Trump, ha neutralizado la capacidad árabe de secundar las reivindicaciones palestinas.

La gran paradoja es que Irán, un país no árabe, ha visto acrecentada su influencia en la crisis y ha introducido un nuevo factor de inestabilidad en la región, con bases en Líbano, Siria y Yemen, más el papel que desempeña Catar, bien conectado con Irán y donde varios líderes de Hamas residen sin problemas. Mientras, la comunidad palestina de la Franja es sometida a un mecanismo de destrucción sin tregua, la aviación israelí bombardea Líbano y Siria y Estados Unidos y el Reino Unido ejercen de gendarmes en el mar Rojo, como si la convicción más extendida fuese que el sino de la crisis es prolongarse en Gaza y aun contaminar otras tierras. Con tantos riesgos potenciales y repercusión global que resulta sorprendente la inacción manifiesta de quienes es lógico pensar que disponen de los medios para extinguir el incendio declarado en Oriente Próximo.

Ni se equivocan ni exageran cuantos ven en el comportamiento de Israel en la franja de Gaza el propósito de llevar a cabo una limpieza étnica. Tampoco yerran quienes temen una segunda Nakba -la primera fue coetánea de la primera guerra árabe-israelí-, el camino del exilio de la población de Gaza, sin que nadie sepa dónde, cómo y cuándo puede encontrar refugio una multitud de desposeídos. No viven en el error cuantos sostienen que los ataques sufridos por las oenegés no tienen otro fin que utilizar el hambre como arma de guerra, dejar sin efecto unos servicios sanitarios mínimos y hacer inviable vivir en la Franja una existencia por lo menos digna. Resulta todo ello de la aplicación de una idea inmoral del derecho a defenderse que asiste a cualquier Estado, una versión de tal derecho encubridora de la agresión sistemática contra una población civil indefensa, que lo ha perdido todo y que soporta un castigo colectivo sin justificación posible.

Queda tan lejos de la moral más elemental excusar la situación en Gaza con el terrorismo de Hamas que Israel no solo ha perdido la batalla de la opinión pública, sino que, con su actitud, muchos líderes han hecho una contribución decisiva para el descreimiento de la política de quienes, como simples espectadores, siguen en sus casas y conocen de primera mano la aniquilación en curso. El tiempo transcurrido desde que empezó todo es demasiado para que no se extienda como mancha de aceite un sentimiento colectivo de impotencia.