Adicciones
Sílvia Cóppulo

Sílvia Cóppulo

Periodista y psicóloga.

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El huracán de los cuerpos forzados

Cuando mujeres y hombres se dan cuenta de que, para afrontar su huracán mental, necesitan introducirse substancias mezcladas con alcohol y acuden a un profesional de la salud, han pasado dieciocho años

Un camarero lleva copas de vino.

Un camarero lleva copas de vino. / Alfredo Aldai

¿Te cabe en la agenda, pero no te cabe en la vida? ¿Así que crees que se trata de esforzarte más para llegar a todo? ¿Una pausa es un desperdicio de tiempo que tú no te puedes permitir? 

De repente, el malestar es un moscardón que te revuelve cerebro y estómago. Para relajarte, te tomas una copa. Mejor, dos. Y ahora, ¡maldita ansiedad, que dispersa y te ahoga! Sopla un siroco en tu cabeza. Eso es normal, te dices. Tengo un montón de obligaciones, la presión. Una pastilla. Y otra. Se trata de poder continuar, ¿no? Antes de ir a la cama, una más para aplacar el torrente de pensamientos que ruedan en una noria eterna. Ojalá que hoy pueda dormir. Al levantarte, otra cápsula para ponerse a tope en nada. Es la vida. 

Cada día todo te cuesta un poco más, te cansas, aumentas las copas, las dosis. Alguna substancia nueva. Y poco a poco, sin que te hayas dado cuenta, te resulta imposible vivir sin hipnosedantes, alcohol u otras drogas. Que parecería que ni están, que solo harían la vida más llevadera; que, al principio, mitigarían el sufrimiento y el dolor, un empujoncito. Que yo dejo de tomarlos cuando quiera, seguro, te dices. Hasta que un día, el castillo de naipes se derrumba. Y entonces uno se da cuenta de que no puede continuar así, pero no tiene ni idea de por dónde empezar. Se hace preguntas, llegan las dudas. Ni se reconoce. Sería más fácil dejarse caer por la pendiente, pero se trata de un precipicio que termina en la propia destrucción. 

Como escriben hoy nuestros compañeros en EL PERIÓDICO, cuando mujeres y hombres se dan cuenta de que, para afrontar su huracán mental, necesitan introducirse substancias mezcladas con alcohol y acuden a un profesional de la salud, han pasado dieciocho años. Para entonces, otras enfermedades graves pueden haberse instaurado en esos cuerpos forzados. 

Creo que hay que enfocarse a lo positivo del cambio. Sin remordimientos ni vergüenza, directamente hay que dar un bandazo a las dudas y pasar a la acción, que diluirá el miedo. 

Pedir ayuda lo más pronto posible. Se trata de que te acompañen profesionalmente en el proceso de recuperar la salud. Sincerarse con uno mismo. Estar dispuesto a esforzarse para desarrollar herramientas emocionales. Aquella fragilidad que amenazaba todo tu ser dará paso a una íntima fortaleza. Habrá que cambiar hábitos. Reordenar prioridades. Buscar el propósito vital. Acercarse a personas que ofrezcan apoyo y amor. Aprender a aceptar dificultades y empezar a no exigirnos lo imposible. Descansar. Moverse. Y escuchar nuestro cuerpo. El cuerpo lleva la cuenta. 

Mujeres y hombres con vidas supuestamente generadoras de bienestar, no pueden soportarlas. Acuden a fármacos, alcohol y drogas. Desensibilizan el dolor, pero anestesian el placer. La palabra felicidad ha desaparecido de su diccionario. Claro que podríamos escribir largamente acerca de la responsabilidad colectiva, del sistema. Pero, en estos días de pausa, me parece más efectivo y, sobre todo más saludable, individualmente parar y decidir. 

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