Elecciones 12M
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Puigdemont, 'copyright' Trias

Puigdemont intenta la misma pirueta que Trias en las municipales: esconder las siglas sin que sepamos si corre hacia la independencia o vuelve a Convergència

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / EP

Desconfien de los que veneran a Puigdemont, pero también de los que lo menosprecian. Puigdemont polariza, y alrededor suyo gravitan dos polos opuestos, unos que lo idolatran acríticamente, otros que lo odian sin entenderlo. Son en realidad dos caras de una misma moneda, viven de él y lo exprimen como una sanguijuela. Para analizarlo objetivamente hay que huir de los extremos y aproximarse a él con frialdad cirujana. El principal acierto de Puigdemont es haber edificado minuciosamente su propia mitología: por mucho que ya la haya utilizado en otras elecciones, la leyenda del presidente restituido funciona, y ayuda a movilizar al independentismo creyente, justamente el que está más deprimido y falto de un relato que lo saque de la cruda y dura realidad. La epifanía del president que vuelve sirve a la vez para neutralizar a la vez la tentación de las cuartas vías, la de la abstención y la del ‘orriolismo’ friki, los tres puntos por donde pierde agua su espacio. Su comparecencia en Elna tenía este primer objetivo, pero no era el único. Lo verdaderamente relevante de su puesta en escena fue la descarada abolición de cualquier referencia a su propio partido, del que sin ningún pudor se suprimió cualquier mención, cualquier logo e incluso cualquier similitud de colores.

El mensaje entre líneas fue casi sádico: su partido es ahora mismo un lastre, una formación embarrancada sin posibilidad de crecer más allá del tirón de su propio líder. La simbología escogida parte de un análisis tan acertado como cruel: el único anzuelo es Puigdemont y todo lo construido en estos años de transición, incluida la presidencia de Laura Borràs y la secretaría de Turull, son meros instrumentos con escaso valor político ni electoral. Pareció una estrategia novedosa, pero en realidad es un calco de la jugada maestra de Xavier Trias en las municipales, en las que se presentó presuntamente en las listas de un partido independentista sin pronunciar jamás la palabra “independencia”. Se trata otra vez de repetir la fórmula magistral de esconder las siglas para poner en valor el candidato. En el caso de Puigdemont, la filigrana es de las que hacen época: en la primera voltereta, retorna como el president restituido que “culminará la independencia”, y en la segunda se autoproclama el garante de la “buena gestión” autonomista. La floritura lleva el 'copyright' de Trias, porque sigue el camino que tan hábilmente inició en Barcelona: la vuelta a la Convergència de toda la vida, eso sí, sin confesarlo.

Puigdemont tiene que aterrizar de una vez el avión a la realidad, pero a sus fieles tiene que decirles que vuelve a despegar. Parecen dos maniobras incompatibles, pero en Catalunya ya estamos acostumbrados a los trucos de magia. Sin ir más lejos, Puigdemont fue capaz de obrar el milagro de proclamar una DUI y suspenderla solo ocho segundos más tarde, y con ello logró crear la ilusión de que todo podía hacerse pero nada convenía materializar. Esta vez, vuelve con otra pirueta convenientemente ambigua, como es marca de la casa, pero al menos ya testada una vez con cierto éxito. Para entenderla de verdad, no hay que mirarla ni con las lentes del devoto ni con las del ’hater’. El 12M sabremos si vuelve a caer de pie.

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