Opinión | BLOGLOBAL

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Amenazas en Madrid a la libertad de expresión

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en el Pleno de la Asamblea

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en el Pleno de la Asamblea / JESUS HELLIN 2023

Algo extremadamente dañino para la cultura democrática se ha adueñado en España del debate político (por llamarlo de una forma decorosa). El encono viene de lejos, pero ha alcanzado cotas impensables desde que la aritmética parlamentaria sumió en la frustración al PP después de las elecciones de verano. Nada desde entonces parece legítimo a la derecha, nada le parece suficiente para aceptar que tuvo cerca el éxtasis de la victoria, pero no la logró, algo que por lo general aceptan los deportistas cuando el triunfo les es esquivo en la última zancada. Resulta cansino enumerar la sucesión de acontecimientos desde que la tramitación de la amnistía fue una realidad hasta la última entrega, el lamentable espectáculo ofrecido por la derecha con el caso Díaz Ayuso-González Amador (o viceversa), subsiguiente o en paralelo a la pretensión de Alberto Núñez Feijóo de alentar la sospecha acerca del vínculo de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, con el rescate de Air Europa.

La toxicidad de la maniobra al más puro estilo trumpista emprendida por Miguel Ángel Rodríguez -MAR, su apodo- en una red social, acusando a periodistas de El País y de Eldiario.es de asaltar el domicilio de la pareja Díaz-González (o viceversa), algo radicalmente falso, sitúa al jefe de gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la peor tradición de las fake news, de la realidad alternativa -Steve Bannon, uno de sus más afamados ideólogos-, de ese recurso de la extrema derecha en todas partes para violentar cualquier asomo de decencia. Porque si esa realidad alternativa, forjada a la medida y necesidades del emisor, vale tanto como la empíricamente demostrable, la solvencia de las instituciones se hunde como un castillo de naipes y la cultura democrática, la vigencia y necesidad de la libertad de prensa, del derecho a la información, de la libertad de opinión queda sepultada bajo una gruesa capa de inmoralidad institucionalizada.

Resulta poco menos que grotesco que el mismo día y hora en que la Asamblea de Madrid, PP incluido, aprobó una declaración “en defensa de la libertad de prensa y el respeto al trabajo periodístico”, tomase la palabra Díaz Ayuso en la Cámara para defender la maniobra de falseamiento de la realidad de Miguel Ángel Rodríguez, apoyada su estrategia en algunos medios sin mayor empeño en respetar las reglas básicas de la deontología profesional. No hay en todo ello sorpresa alguna: quien es capaz de dar curso a un mensaje en la red WhatsApp para amenazar a un medio, Eldiario.es -“os vamos a triturar, vais a tener que cerrar”-, es capaz de dar pábulo a una falsedad tan grosera como que unos periodistas encapuchados intentan asaltar el domicilio Díaz-González (o viceversa). Tampoco hay nada sorprendente en la unanimidad de la condena explícita de asociaciones y colegios profesionales de periodistas, en la reacción igualmente condenatoria de todos los medios solventes con independencia de su orientación ideológica.

No por muy sabido es innecesario recordar que sin libertad de expresión no es posible la democracia. Basta la remisión a ejemplos cercanos y muy estudiados -Rusia- y lejanos, pero no menos estudiados -China, Irán y muchos más- para sopesar hasta qué punto sin libertad de prensa la arbitrariedad, la impunidad y otras taras sojuzgan la libertad de opinión y el libre albedrío de los ciudadanos. La información, convertida en mera propaganda al servicio del poder, hace posible una opinión pública que vive a oscuras, manipulada a todas horas por los productores de realidades alternativas, silenciada toda forma de disidencia. Y si esa es la realidad subsiguiente a las agresiones a la libertad de expresión, la cultura democrática, la que alienta y defiende el pluralismo, se desvanece en una atmósfera preñada de arbitrariedades.

El desarrollo y desenlace del caso Watergate es, en este sentido, una referencia necesaria, no solo como ejemplo extraordinario del periodismo de investigación, sino como muestra de compromiso con la libertad de expresión. Hace medio siglo, también hubo un personaje importante en la Administración de Richard Nixon que amenazó con cerrar un periódico, The Washington Post, durante una conversación telefónica con Bob Woorward. En la versión cinematográfica de Todos los hombres del presidente, el funcionario amenazador dice más o menos: “Dile a la señora Graham [la editora del medio] que vamos a cerrar el periódico”. Es decir, MAR no ha inventado nada. Lo reconfortante del caso es que el gran periódico de la capital de Estados Unidos sigue muy vivo 50 años después de que Nixon hubiera de dimitir y varios hombres poderosos y amenazantes de su Gobierno acabaran en la cárcel o desprestigiados para siempre.

Es del eminente periodista Ryszard Kapuscinski una frase esclarecedora: “Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú, en un fanático”. Si esa verdad es, además, una realidad fabricada, una realidad alternativa, producida en las regiones más opacas del poder, destinada a colonizar una opinión pública domesticada, las reglas básicas de la democracia saltan por los aires. Nixon lo intentó y fue descubierto en plena acción; a MAR le han pillado in fraganti. Pero el ambiente es propicio para que prosperen otras iniciativas, otras deformaciones de la realidad -las sesiones de control de los miércoles en el Congreso, un ejemplo-, asaltos pautados en los que importan menos los hechos que el griterío ensordecedor para descolocar al adversario y poner en duda la legitimidad del Gobierno.

En un descanso de las sesiones de la asamblea de consejos de la información europeos, celebrada en Viena en octubre de 2015, un veterano periodista alemán dijo algo que tiene más vigencia a cada día que pasa: “Lo más difícil es desmontar falsas versiones bien construidas sobre cualquier materia”. Lo dijo mucho antes de que la expresión fake news adquiriera la popularidad que hoy tiene, pero su reflexión era el aviso para navegantes de un veterano que vislumbró en el horizonte amenazas ciertas. Sin duda, lo más difícil, el mayor desafío es desarmar los relatos viciados bien articulados, donde encajan todas las piezas y pueden antojarse verosímiles. No es el caso de la arremetida de MAR contra medios que no le son afines, pero la posibilidad de refinar tales artes entraña un riesgo permanente para la solvencia y transparencia de un sistema democrático.