Periodista
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
¿Qué mujer se atreverá, ahora, a atravesar semejante calvario?
La sensación que me queda tras leer la sentencia, insisto, impecable (supongo) a nivel judicial, de aplicación de la ley, es que si tienes dinero puedes conseguir que tus atrocidades sean castigadas con una pena muchísimo menor de la que mereces
No entiendo de leyes. Es más, no recuerdo un abogado en la familia y, mucho menos, un juez o jueza. No tengo duda alguna de que la sentencia del caso Alves debe ser, es, impecable. Digo. Supongo. Pero me parece peligrosa, incompleta, ciertamente incongruente en algunos aspectos y, sobre todo, nada ejemplarizante. Vale, sí, de acuerdo (ven, no sé de leyes), una sentencia no tiene por qué ser ejemplarizante.
Lo siento: esta sí debía serlo. Esta sí. Estamos ante una resolución vital para el devenir de futuros casos y, sobre todo, para demostrar, con la sentencia, con la pena, con los argumentos necesarios, que el dinero no lo puede todo en esta vida. Y, sobre todo, que aquellos que se creen, que se consideran e, incluso, que se comportan con cierta (o total) impunidad, no se van a salir con la suya.
Pedían 12 años de cárcel (9 una de las partes) y a Dani Alves le caen cuatro años y medio. Da la sensación, la verdad, que, esta vez, ‘la pena del telediario’ es bastante más severa y dura (incluso, por descontado, para la víctima) que la propia sentencia. ¿Es explicable, se puede argumentar, con la ley en la mano, que te creas a la víctima y castigues al violador con la pena más pequeña, casi mínima?
No hay duda, por descontado, que la inmensa mayoría de los casos de violación acaba siendo la palabra de la víctima contra la palabra del violador, más si, como es el caso, el acto, la atrocidad, se produce en un lavabo invisible, oculto, casi secreto, donde no hay cámaras. Pero, insisto, si no se pone en duda -¡y no se pone en duda!- que todo lo que explica la víctima es verdad, es la verdad, ¿cómo tras poco más de un año en prisión, el violador podría estar en la calle en meses, perdón, en un par de semanas?
¿No es ya suficiente motivo de sospecha que el violador ofrezca, a lo largo de los meses, un montón de versiones, hasta cinco, a cuál más atropellada e increíble y, por tanto, la verdad de la víctima cobren fuerza para justificar una sentencia edificante, insisto, en un momento delicadísimo para este tipo de casos, que no cesan de escandalizar y alarmar a la sociedad?
Yo, lo siento (o no), pero la sensación que me queda tras leer la sentencia, insisto, impecable (supongo) a nivel judicial, de aplicación de la ley, es que si tienes dinero puedes conseguir que tus atrocidades sean castigadas con una pena muchísimo menor de la que mereces. Porque, al parecer, haber entregado a la víctima los 150.000 euros a las primeras de cambio, sirvió para reparar el daño. En parte.
¿Reparar el daño? El daño que provocó el violador Dani Alves es, y lo sabemos, irreparable. Lo sabemos por lo mucho que está sufriendo la víctima, que, tal vez, esté en su derecho de pensar que, visto el resultado de su denuncia, le hubiese resultado más provechoso coger el dinero y huir. Pero es que, encima, también en eso le dan la razón a la víctima, pues la sentencia reconoce que ¡jamás! se movió (y denunció) por codicia, por dinero, sino reclamando justicia.
¿En serio creemos que esta sentencia animará a las mujeres acosadas, maltratadas y/o violadas, a denunciar? ¿De verdad nos pensamos que, a partir de ahora, se atreverán a cruzar, a vivir, a padecer, semejante viacrucis tras comprobar que, pese a creerlas, pese a demostrarse que todo lo que dijeron era verdad, su violador puede ser castigado con la parte de la horquilla más leve?
Yo lo siento (o no), pero creo que se ha perdido una oportunidad de oro para decirle a los ricos, soberbios, altivos, famosos, populares, chulos, prepotentes, intimidadores, agresivos y delincuentes que sus fechorías serán perseguidas y sancionadas como la dureza que merecen sus actos.
Es posible que algunos piensen que el castigo a Dani Alves ya es, de por sí, serio, grave, enorme. No lo parece, no. Lo que es evidente es que no se lo parecerá a la víctima, cuya valentía no ha tenido el grado de justicia que ella esperaba.
Y es por ello que me temo que esta sentencia no ayudará, en modo alguno, a que las mujeres denuncien, no ya casos tan graves, violaciones tan mezquinas y cobardes con la sufrida por la víctima de Alves, sino cualquier otro tipo de acoso, agresión o provocación.
El daño provocado por Dani Alves no acabó aquella noche en el Sutton, ¡ni hablar! Ni mucho menos puede ser reparado con la entrega, ¡ojo!, obligada por el juez, de 150.000 euros a la víctima. Es evidente que tenemos derecho a pensar que ese pago sí le ha servido al futbolista brasileño para reducir la severidad de su condena.
De nuevo, el dinero aparece para blanquear fechorías intolerables, repugnantes, vomitivas. Una sentencia más dura nos hubiese ayudado a pensar que eso no es así.
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