Lenguaje
Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Profesora de la UOC y periodista.

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¿Dónde está el límite de resignificar un insulto?

Es la palabra más repetida en sentencias por violencia de género. No olvidemos las emociones de las víctimas: unas se apropiarán de ella, pero otras no querrán escuchar algo que les recuerda a su maltratador

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Rostros conocidos se mojan sobre 'Zorra', la canción de España en Eurovisión

Rostros conocidos se mojan sobre 'Zorra', la canción de España en Eurovisión / Joaquin P. Reina/Europa Press

Leí decenas de artículos sobre la canción 'Zorra'. El debate no es que nos sorprenda el concepto. Lo hemos escuchado toda nuestra vida. Tampoco es que haya gente idiota que no entienda la canción. Todo el mundo sabe que la mayor parte se refiere a cómo es calificada cuando una mujer actúa con libertad y decisión propia. No es innovador. Está en otras canciones y nadie se lleva las manos a la cabeza. Lo único novedoso es que esta canción sí que representa a un país en un festival. 

El final de la canción dice: “Y esa zorra que tanto temías se fue empoderando. Y ahora es una zorra de postal”. Y eso es calificado de “himno feminista”. Lo interesante es reflexionar sobre la clave de su defensa: la apropiación del insulto, porque es una tendencia recurrente, incluso desde la teoría académica. Y como teoría podemos hablar de sus posibles consecuencias. Y de aquí surgen muchas preguntas. Quienes están a favor recuerdan la resignificación de conceptos como “bollera” o “maricón” o cómo entre grupos de mujeres se llaman “zorra” o “puta”. Pero, ¿hay resignificación lograda cuando, no hace tanto, a Samuel lo mataron al grito de “maricón”? 

Cuando hablamos de resignificar un insulto, ¿lo hacemos de forma individual o en un entorno cercano, o bien es una resignificación social y colectiva completa? Hay una diferencia entre llamarse entre mujeres lesbianas “bolleras”, o que lo haga alguien fuera de ese marco y contexto. Esto nos dejaría que una resignificación no es tan exitosa como pretende y tiene un impacto social limitado que, quizás, solo se logre después de décadas. ¿Es la resignificación más un deseo o una realidad? La propia cantante de Nebulossa declara en una entrevista: “De hecho, me dices 'zorra' y me bloqueo”. Una reacción normal cuando cualquier proceso de terapia basado en la violencia psicológica que recibimos nunca se soluciona por la resignificación y aceptación del insulto, sino por el rechazo y no identificación para superar cualquier tipo de trauma.

Podemos hacernos más preguntas. ¿Dónde está el límite de la resignificación del insulto? ¿Unos insultos sí se resignifican y otros no? Hay palabras que dañan y se evoluciona en sustituirlas. Por ejemplo, nadie se ha apropiado de “disminuido” y se ha cambiado, y tarde, por “persona con discapacidad” en la Constitución. Otras dañan y no se toleran, como cuando un mosso dijo de un inmigrante “mono”, en 2020. 

¿Si resignificamos todos los insultos, dónde queda su calificación como ataque y vulneración a la dignidad de las personas? Es como cuando decimos que si feminismo es todo, feminismo es nada. Desde el punto de vista académico y legal, los insultos se consideran delitos según la intencionalidad de hacer daño. Pero, ¿permanece la intencionalidad cuando hay resignificación? Algunos foros negacionistas comentaban que, en juicios, siempre podrán decir que ella “tiene la piel muy fina” y que el problema es cómo “ella se lo tome”. La resignificación ante la justicia cambia el foco de quién lo dice a quién lo recibe, que pasa a ser el responsable de su aceptación como insulto o como poder. 

Cuando recibimos agresiones psicológicas, la terapia para superar el trauma no pasa por aceptar el insulto, sino por rechazarlo y no identificarnos con él 

La canción me da lo mismo pero, de todos estos días, si algo me ha dejado claro el debate sobre la resignificación es la invalidación de las emociones de las víctimas. Vi decenas de comentarios donde se señalaba o ridiculizaba a mujeres que se mostraban en contra o reacias. Cada una supera sus traumas como puede. Habrá quien use la apropiación pero otras expresaron que no quieren escuchar la palabra que recordaba a su maltratador. No la que le decía una persona cualquiera, sino su pareja o padre de sus hijos. Es el insulto más repetido en las sentencias de violencia de género. Ni todas las víctimas y supervivientes están en el mismo punto ni han tenido las mismas vivencias ni circunstancias. En la época en la que se llena la boca sobre la salud mental y de intentar concienciar de la violencia psicológica, hubo víctimas señaladas de exageradas, antiguas, puritanas o tránsfobas (que algunas no sabían a qué venía esto). Más allá de una canción o una expresión cultural, esas mujeres también merecen respeto como todas. Quizás eso demuestra que por mucho que se cante 'Zorra' queda mucho machismo aún por limpiar.

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