Emergencia

Sobre el derecho a darse un baño

Somos agua, una cultura de baños de mar, de disfrute de ríos y piscinas, de balnearios, en torno al nuevo oro líquido

Consejos para una ducha 'exprés'

Consejos para una ducha 'exprés' / Pixabay

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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A medida que la emergencia hídrica se despliega y la lista de restricciones que se derivan de la mala salud de nuestros embalses toma forma, nuestra relación con el agua cambia. Ya no es que nos alarme un grifo que gotea, o que tengamos un reloj climático metido en el cerebro que cuenta el tiempo de ducha, los días entre riegos, la duración de las lavadoras, los hectómetros cúbicos de la factura. También hay una añoranza del agua inagotable, que entronca con aquellas añoranzas que empezamos a sentir cuando irrumpió la pandemia en nuestras vidas en 2020. Vivimos entonces la añoranza de la libre movilidad, durante un tiempo, del aire sin el filtro de la mascarilla, de los besos y abrazos que se regalaban como si no tuvieran precio, cuando todo tenía un precio aunque no lo sabíamos. 

Ríos y mares, lagos y manantiales son finitos también, y así cuando uno piensa que la solución a la falta de lluvia es tirar del aprovechamiento de las aguas subterráneas descubrimos que las aguas freáticas también tienen límites, que los lagos se secan, y los ríos y pantanos también sufren de la falta de deshielo, porque no hay hielo ni nieve. Y descubrimos a su vez que cuando estábamos inmersos todos en la pantalla de las ciudades verdes, naturalizadas, deberíamos estar en otra pantalla anterior, el de las ciudades azules, con recursos hídricos que garanticen refugios climáticos y luego, solo luego, ayuden a desarrollar el modelo verde. El agua no cae del cielo, recuerdan las últimas campañas públicas de ahorro y aprovechamiento del agua, pero somos agua, una cultura basada en baños de mar, en disfrutar de los ríos y piscinas, del nuevo oro líquido que fomentó el descanso de balneario y cascadas naturales, donde hasta el turismo de sol y playa se dejaba de la etiqueta su esencia, el mar. 

El derecho al agua no solo como nutriente esencial, sino también como forma de ocio, de bienestar y medicina está más en riesgo que nunca. Darse un baño en casa es un placer culpable hace tiempo, pero va camino de convertirse en un motivo de denuncia vecinal, mientras los paletas tiran abajo las bañeras de los pisos para montar platos de ducha más sostenibles. Y lo que de forma privada se puede convertir en un lujo prohibitivo debería tener una alternativa viable en equipamientos comunes donde piscinas, baños y actividades acuáticas estén garantizadas.

Los nuevos hábitos más acordes con nuestros tiempos no deben olvidar de un plumazo lo que somos, y lo que hemos aprendido de nuestra relación con el agua: desde nuestra respuesta biológica a las aguas termales que mejoran la circulación sanguínea, hasta el bienestar psicológico que da el contacto con el medio líquido. “Ah, vivir en la ingravidez”, musita en un gustoso baño de mar la protagonista de la hermosa novela ‘La península de las 24 estaciones”, una mujer que se retira un año de la bulliciosa Tokio a un pueblo donde conectar con sus emociones a través de la naturaleza. Pese a ser un lugar montañoso, el mar está presente, así como sus vivificantes baños calientes en la cabaña. El libro de Inaba Mayumi es un canto al renacimiento emocional a partir de una mirada detenida de lo que nos rodea, y el agua, esencial para beber, para regar nuestras plantas y hacer funcionar nuestra sociedad, también es bienestar y curación. 

Más allá de las infraestructuras hídricas necesarias en emergencia, el agua debe recuperar su presencia en nuestro entorno urbano y los pasos dados por la renaturalización de ríos como el Besòs o el plan en marcha de rehabilitación del Rec comtal, el canal que dio vida industrial a Barcelona y pronto será una zona de protección de biodiversidad con el agua como eje.Que lo urgente no nos haga olvidar nunca lo importante. 

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