Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Perder los papeles

Hay que ser tontos para querer disfrutar de un calendario a costa del paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Pero todos estamos abocados a ser tontos por unas razones u otras

Reloj

Reloj

Me volví medio loco durante unos segundos. Me agrada pensar que si el arrebato no llega al minuto, no es locura propiamente. Tal vez «medio loco» no significa nada, pero sirve para explicar que perdí los papeles ligeramente. Transcurridos esos segundos, el alivio fue automático, indescriptible, y regresé a la cordura, en un movimiento parecido al de caer al suelo, levantarse, sacudirse las arenillas de rodillas y mangas, para a continuación comportarse como si nada. Sucedió en la cocina. Serían las ocho y media de la mañana. Yo estaba desayunando, solo y callado, como deberían transcurrir siempre los desayunos, si tan pacifistas somos. Entonces, de repente, la realidad se torció.

Tres semanas antes habíamos retirado el reloj de la pared para colgar en su lugar un precioso calendario con ilustraciones de Nueva York. Lo habíamos comprado en Strand en el mes de agosto, y desde entonces deseábamos que se acabase el año en curso solo estrenarlo. Era pleno verano y ya nos sobraba 2023. Hay que ser tontos para querer disfrutar de un calendario de pared a costa del paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Pero todos estamos abocados a ser tontos por unas razones u otras.

Podíamos haber superpuesto el reloj al calendario, pero habría tapado las ilustraciones. Nos pareció un pequeño acto terrorista doméstico. Inviable. De modo que retiramos el reloj, que, temporalmente, dejamos sobre la mesa. Llamo temporalmente a tres semanas. Ni que decir tiene que la mesa de la cocina no es sitio para un reloj de pared, pero a la vez estas mesas son sitio para todo lo que perdió su lugar original. Funcionan como cementerios. Cada mañana, sin embargo, oía a escasos centímetros la aguja segundera: tac, tac, tac... Yo tratando de desayunar y leer el periódico, y la aguja taladrando mi cabeza con su monomanía: ¡tac! ¡tac! ¡tac! Así veinte días. La paciencia tiene un límite. El 21 no pude más y estrellé el reloj contra el suelo. ¿Pude haber retirado las pilas, sin más? Sí. Pero cuando te vuelves medio loco no das ninguna oportunidad a la sutileza.