Desperfectos
Valentí Puig

Valentí Puig

Escritor y periodista.

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Uso político del humo

Ya somos comunidades en falso, burbujas de emocionalismo, identidades ilusorias, redes del mal y a la vez fuentes inagotables de conocimiento

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Vista general del Hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Vista general del Hemiciclo del Congreso de los Diputados. / Europa Press

En otros tiempos los políticos no tenían tantos incentivos para eludir la verdad, ni para acomodarse a las encuestas. En realidad, las sociedades volubles se lo exigen. Durante los largos días de la crisis económica constatábamos que, en el mejor de los casos, quien entendía de política simplificaba la economía; los que sabían de economía, ignoraban la política. Construíamos apartamentos 'non stop' con mano de obra inmigrada que llegaba masivamente y los comprábamos con créditos que uno creía poder devolver en un santiamén. Pero el soplo de las 'subprime' acabó con todo. Sigue en la cárcel un puñado de políticos, por haber robado en aquellos días de burbuja inmobiliaria. Cuando la pérdida de confianza entre los bancos bloqueó los mercados de crédito, la burbuja se pinchó. Era la enésima columna de humo, de perfil piramidal.

Luego ocurrió con el independentismo. Ahora es Oriente Medio, ayer era Ucrania. A todas horas es la deuda pública, la negación de los informes Pisa, la pugna de los gobiernos con el poder judicial. Da lo mismo. De repente, todos somos juristas, expertos en constitucionalismo y en derecho comparado, en oscilaciones en el precio del barril de crudo. Los clásicos del análisis político siempre advirtieron que uno de los principales cometidos de cualquier gobierno –unos más, otros menos- son las cortinas de humo.

Lo vemos con expresiones y palabras que en dos días pierden sentido semántico. "Diálogo; sentarse a la mesa y hablar”: es como si el Congreso de los Diputados no existiera, ni los plenos municipales, ni los parlamentos autonómicos. Hace unos años ocurrió con la posverdad. Ya no se habla de posverdad pero su práctica sigue activa, con el añadido de que incluso la banalidad se radicaliza y se convierte en tribunal de la nueva verdad. La posverdad y el humo se encaraman en el fluido digital de las redes sociales agregándoles capas de fragilidad, obsolescencia y unidimensión. En paralelo, la inteligencia artificial pone en circulación rostros de ficción, noticias cien por cien falsas. Los votos vienen a continuación. Si uno quiere, todo le llega a la pantalla de su iPhone. Es un ecosistema autoreferencial.

La posverdad tiene antecedentes como 'Los protocolos de los sabios de Sión' –fraude maléfico sobre la conspiración judeo-masónica-. Fue un ejemplo para los totalitarismos, que fueron la más grave metástasis del siglo XX. En su retroalimentación, los dos grandes sistemas totalitarios del siglo XX requirieron de una posverdad fundacional: para Lenin fue la toma del Palacio de Invierno; para Hitler, el incendio del Reichstag. Con anterioridad, en la Bastilla no había ni media docena de presos. De nuevo, la posverdad al servicio del mito revolucionario.

Tocqueville preanunció un nuevo despotismo, una forma de tiranía que es una fuerza tranquila que no trunca voluntades sino que las ablanda. La conexión de egoísmos turba la idea de un bien común. Seamos ajenos a la suerte de los demás. No hay conciudadanos o no los vemos, ni queremos conocerlos. Es el riesgo de un despotismo 'suave'. Incontestado. El dulce monstruo. Grandes contingentes de hombres iguales y similares, egos en busca incesante de placeres pequeños y vulgares, en las antípodas del afán de verdad y la voluntad de conocimiento. Ya somos comunidades en falso, burbujas de emocionalismo, identidades ilusorias, redes del mal y a la vez fuentes inagotables de conocimiento. Es causa y efecto de la política del humo. No extraña que el deshollinador político sea una figura profesional con mucho futuro.

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