Más allà de Barcelona

PSC-ERC-Comuns, una complicidad imperiosa

Los republicanos independentistas y los federalistas catalanistas son dos corrientes tejidas con los mismos valores progresistas y ofrecen la fotografía fija más fiel de la sociedad catalana. Por eso les corresponde tirar del carro

Collboni y ERC intensifican conversaciones tras el distanciamiento con Trias y Colau

Colau ve “inminente” un pacto de izquierdas en Barcelona: "Lo importante no es qué cargo tendré yo"

Jaume Collboni (PSC), Pere Aragonès (ERC), Xavier Trias (Junts) y Ada Colau (BComú) el día de la investidura del alcalde

Jaume Collboni (PSC), Pere Aragonès (ERC), Xavier Trias (Junts) y Ada Colau (BComú) el día de la investidura del alcalde / Europa Press

Joan Tardà

Joan Tardà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por primera vez desde que se recuperaron las libertades una coalición de dos partidos de inspiración socialdemócrata afronta una segunda legislatura estatal. Los gobiernos españoles monocolores han pasado a la historia. Como también es novedad que los socios de investidura que acompañan al PSOE hayan sido tantos y tan diversos. Ciertamente, todavía no se puede captar cómo esta realidad afectará a la evolución del partido gubernamental mayoritario, pero es evidente que el socialismo de hoy, aunque no lo publiciten sus dirigentes por miedo al españolismo transversal de allá y de aquí, no es idéntico al que hubiera apostado por convertir a Albert Rivera en vicepresidente. De igual modo se desconoce si en un futuro será posible una implicación gubernamental de fuerzas que hoy solo son aliados de legislatura. Opciones ideológicas diversas que responden a intereses y objetivos distintos, que se disputan hegemonías, pero que a la vez son conscientes de que cualquier avance en sus objetivos pasa por evitar ser tragados por la ola reaccionaria global.

Este convencimiento debería enterrar el lastre que todas arrastran y no debería permitir que el guion permaneciera bajo el dictado exclusivo de la demoscopia. Al revés, convendría convertir este nuevo escenario en una excelente oportunidad. Por única, y porque podría permitir que en Catalunya pudiéramos encarar el triple reto de mejorar de manera efectiva los estándares de bienestar, de incrementar la eficiencia en la gobernanza y de detener un vertiginoso proceso de desnacionalización, cuyas expresiones más evidentes se presentan en el retroceso del uso social de la lengua y en la pérdida por parte del catalanismo de capacidad integradora, tanto en la población migrante como en otros sectores de la ciudadanía.

Por eso, que PSC, Esquerra y Comuns acabaran gobernando juntos en Barcelona sería en una buena noticia. Desgraciadamente, a pesar del clamor de las voces convencidas de lo provechosa que es la conexión entre el catalanismo federalista y el soberanismo republicano, el juego en corto de unos y otros a menudo ha dificultado el camino del entendimiento. Al menos, lo ha retrasado. No ha ayudado tampoco el hecho de que la mirada larga a menudo esté condicionada por la presencia de arrebatos sectarios en las nomenclaturas de los partidos y de las instituciones o por intereses a menudo estrictamente personales de carrera profesional.

No recluirse en trincheras

Cabe decir, en su descargo, que no resulta fácil a partidos y gobiernos de todo el mundo democrático deshacerse del peso de la institucionalización que comporta ejercer una cultura de poder consolidada en el tiempo, como es el caso del PSC, o transitar desde una aún menos consolidada cultura de gobierno en el caso de ERC y Comuns. Dicho en términos coloquiales, un "aburguesamiento" a modo de relajación en la autoexigencia en cuanto a las formas de relacionarse con la ciudadanía suficiente para generar desafecciones preocupantes hacia la política.

En todo caso, a los líderes de las izquierdas catalanas les queda aún mucho por hacer, a pesar de la provechosa colaboración existente tanto en las Cortes españolas como en el Parlament de Catalunya. Que todavía hoy Salvador Illa predique que nunca podrán contar con él a la hora de participar de forma activa en un proceso de debate que pudiera acabar con una ponencia parlamentaria destinada a legislar una ley de claridad no genera optimismo. De igual modo que comportaría pesimismo y se atribuiría el mismo calificativo de inmovilista a Pere Aragonès si se limitara a convertir su propuesta en la única y no se ofreciera a trabajar activamente en hacer realidad la presentada por el PSC.

Hoy, hacer política sensata debe suponer actuar en campo abierto y no recluirse en las trincheras estancadas a la espera del error del adversario. Debe significar perseguir que la mayoría de la sociedad catalana se sienta partícipe de unas propuestas que finalmente puedan ser trasladadas a las urnas a modo de consulta. Es decir, ejercer el derecho a decidir no necesariamente sobre la disyuntiva de un sí o un no, sino evaluando el apoyo afirmativo de las distintas soluciones aprobadas por el Parlamento y negociadas con el Estado. No deberían tener presencia, pues, ni las prisas ni los vetos cruzados, sino la voluntad de hacer realidad una mayoría popular que apoye el nuevo proceso.

Ni los republicanos dejaremos de ser independentistas ni los federalistas dejarán de ser catalanistas. Pero a ambas corrientes de pensamiento, justamente porque están tejidas por los mismos valores progresistas y porque ofrecen la fotografía fija más fiel de la sociedad catalana, les corresponde tirar del carro. Empezando por sus líderes.

Y a ser posible (¡que lo es!) desde la gobernación de las instituciones, porque competitividad y complicidad no son políticamente términos antónimos. Al contrario, son enriquecedores y útiles para cubrir los objetivos.

Suscríbete para seguir leyendo