La espiral de la libreta

En la casa de Truman Capote en Palamós (1)

Apuntes desde Cala Sanià, la residencia de escritores de Finestres 

La nueva residencia de escritores de Finestres, donde residió Truman Capote.

La nueva residencia de escritores de Finestres, donde residió Truman Capote. / EPC

Olga Merino

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Desde hace 10 días, vivo en una burbuja blanca, verde y azul cambiante, en Palamós, en Cala Sanià, en la mismísima casa donde Truman Capote escribió el último tercio de ‘A sangre fría’, que narra el salvaje asesinato, en un pueblecito de Kansas, de los cuatro miembros de la familia Clutter, el 15 de noviembre de 1959. Una casa que aboca a un acantilado de roca y espuma. Aquí recaló el escritor huyendo de los saraos de Manhattan para reconcentrarse en la escritura. La familia Ferrer-Salat adquirió la finca en los años 70 como lugar de veraneo, y en 2022 su actual propietario, Sergi Ferrer-Salat, la transformó en una residencia literaria con el fin de que novelistas, cuentistas, poetas y ensayistas se enclaustraran emulando a Capote. No sé bien qué hago aquí. Mejor dicho, no sé cómo se han alineado los astros. Ni cómo agradecer tanta generosidad.

A medida que transcurren los días, la casa va abriéndose como un animal dócil, confiando sus secretos. En la biblioteca, sobre la repisa de la chimenea, alguien posó un volumen titulado ‘Libro de fantasmas’ (‘Book of Ghosts’). Estoy casi segura de que fue Leila Guerriero quien lo dejó como señuelo durante su estancia. La embocadura de un camino.

Sarcasmo eléctrico

De haber conocido en persona al autor de ‘Desayuno en Tiffany’s’, creo que me habrían intimidado su lengua bífida, el voltaje de sus sarcasmos y el histrionismo que, dicen, acostumbraba. Pero con los espectros el trato es distinto: vienen de vuelta de casi todo, apaciguados. Lo invoqué. Deseé con fuerza tropezarme con su espíritu para preguntarle acerca de un asunto: cómo diablos consiguió terminar ‘A sangre fría’, la novela de no-ficción que casi le disloca los nervios. Durante seis años, vagó a través de las llanuras de Kansas recabando testimonios acerca del crimen. Seis largos años. Veranos tórridos, inviernos de hielo, jugando al póquer de farol, ni saber siquiera si ‘tenía’ un libro. ¿Cómo lo hiciste, jodido Truman?

Sucedió anoche. Cuando salí a fumar el último pitillo, el viento había alisado el cielo como un espejo de obsidiana. Me pareció oír un tímido chapaleteo en la piscina, como si alguien estuviese arrojando guijas al agua. Me acerqué. Enseguida distinguí una silueta de luz perlada: era él. Con los pantalones blancos enrollados hasta las pantorrillas, más blancas aún, como de leche fluorescente, estaba sentado en el bordillo, con los pies a remojo y una copa de Martini “muy” seco al lado. El flequillo rubio le caía sobre la sonrisa luminosa, que se transformó en una mueca en cuanto se percató de mi presencia. No me hizo falta ni despegar los labios para formularle la pregunta; los fantasmas ya saben. Solo susurró: “Trust” (confía). Y desapareció lanzándose a la piscina vestido.    

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