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La condena de los mentirosos

Pedro Sánchez  saluda Míriam  Nogueras, de Junts, al Congrés. | DAVID CASTRO

Pedro Sánchez saluda Míriam Nogueras, de Junts, al Congrés. | DAVID CASTRO / JUAN RUIZ SERRA IVÁN GIL

Albert Sáez

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Los políticos tienen un alto nivel de exposición pública, con lo cual tienen muchas más oportunidades que el resto de los mortales para ser cazados en una mentira. En tiempos de los buscadores es muy fácil para los opositores encontrar lo que se pueden considerar mentiras flagrantes, pero el fenómeno no es nuevo. La mercadotecnia, primero, y los spin doctors, ahora, son las fuerzas que llevan a los políticos a no decir siempre lo que piensan sino lo que creen que la gente quiere oír. Suárez fue siempre esclavo de su jura de los principios del Movimiento. González de los 800.000 puestos de trabajo y del “de entrada, no”. Aznar del “no negociaré con terroristas” y del “Pujol enano, habla castellano”. Zapatero de su plan E para negar la crisis inmobiliaria. Rajoy de sus promesas de reducción de impuestos en pleno austericidio. Por su trayectoria y por el momento que le ha tocado vivir, Sánchez acumula una buena suma de mentiras. Hay quien le atribuye haberse comprometido con Susana Díaz a guardarle la silla. Muchos que se reunieron con él recuerdan que les perjuró que no pactaría con Podemos (le “quitaba” el sueño). Y aún resuena su compromiso de traer a España a Puigdemont “esposado”. La errática carrera de Sánchez se explica porque le ha tocado sobrevivvir al bipartidismo hasta sustituirlo por el bifrontismo en el que todo se explica y justifica simplemente cerrándole el paso al adversario. Dice un viejo aforismo que la condena del mentiroso es que no puede creer a nadie. Seguramente, Sánchez se ve reflejado en los giros que da estos días sobre sí mismo Puigdemont, enredado en sus mentiras que le llevaron desde proclamar una república de la que se marchó a los cinco minutos hasta asegurar que nunca investiría a un presidente del Gobierno de España. Si dos mentirosos llegan a un acuerdo, solo se fían uno del otro a través de un mediador. Aquí estamos. La mentira forma parte de la condición humana pero la mentira como modus operandi político acaba en enredo.

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