El trasluz

Maneras de cambiar

Cuando me meto en la cama, tras colocarme boca arriba, con la cabeza sobre la almohada doblada, me doy cada día un chute de fosfenos ante de entregarme al sueño

Nuestros ojos son una verdadera proeza evolutiva.

Nuestros ojos son una verdadera proeza evolutiva. / Sofie Zbořilová en Pixabay.

Juan José Millás

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Lo curioso del fosfeno es que se da, generalmente, en ausencia de luz. No recuerdo cuándo escuché por primera vez esta palabra tan hermosa que no cansaré de repetir (fosfeno, fosfeno, fosfeno); lo que no olvidaré, sin embargo, fue la sorpresa que me produjo el hecho de que convenía verlos con los ojos cerrados. Y los cerré, en efecto, y me froté los párpados y entonces comenzaron los fuegos artificiales dentro de mi cerebro. Cuantos más minutos dedicaba a esta práctica, mayor era su riqueza lumínica. Con el tiempo, comencé a advertir patrones que se repetían, aunque combinándose de tal forma que parecían nuevos. Cuando me meto en la cama, tras colocarme boca arriba, con la cabeza sobre la almohada doblada, me doy cada día un chute de fosfenos ante de entregarme al sueño.

Mantengo la ilusión de que los rayos y relámpagos que se suceden en el interior de la bóveda craneal al estimular los párpados alumbren el lugar en el que se almacenan los recuerdos, también el sitio en el que se reprimen o se olvidan. Esto es lo que me pregunto: ¿olvidamos o reprimimos? Me interesa saber en qué cuartucho oscuro del encéfalo abandonamos aquellas experiencias que nos hicieron daño. En ocasiones, cuando alguno de los fosfenos dura más de lo habitual, me parece distinguir una especie de mazmorra a cuyos barrotes se asoman con desesperación los rostros de las personas (reales o imaginarias) que se cruzaron en mi vida y a las que he olvidado porque su memoria me hacía sufrir. En los fosfenos veo y me veo.

Mi psicoanalista me pregunta por qué, nada más tumbarme en el diván, cierro los ojos y me froto los párpados.

-Por los fosfenos -le digo yo.

-¿Por los fosfenos?

-Sí, dan luz a mi pasado. Permiten que me asome a mi máquina de pensar, a mi cerebro.

-Lo que usted diga -concluye ella, incrédula.

-No es lo que yo diga -me reafirmo-, es lo que es.

El día en el que la palabra del año sea fosfeno, en vez de polarización, el mundo habrá cambiado.

Fosfeno.

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