La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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Habas contadas en el caldero catalán

Aunque ha vuelto a ensartar la campaña, la independencia es hoy inviable. Soplan vientos ásperos en el mundo, y las clases medias andan con un pie en el estribo y otro en el aire 

Preparación del material para las elecciones catalanas del 12M

Preparación del material para las elecciones catalanas del 12M / Lorena Sopêna / Europa Press

Estreno cubo de basura. Se trata de un cubo doble, de un receptáculo con dos cubetas, una para los restos de barrer y demás, y otra para el plástico. No sé bien cómo, pero en casa generamos toneladas de tereftalato y polietileno, aun cuando frecuentamos menos el súper y sus bandejas que el mercado de abastos. Reciclamos el plástico, el cartón y el cristal; la materia orgánica, no, porque es un lío la química putrescente de la vida. El caso es que cada vez que bajo a hacer el reparto en los contenedores de colores me atraviesa un ramalazo similar al que siento cuando deposito el voto en la urna. Es decir, no sé bien si los residuos plásticos acabarán convertidos en una botella de Bezoya o en un envase de yogur o si, por el contrario, arderán en la hoguera del ecopostureo. Algo parecido puede suceder con las papeletas, fagocitadas por la ley D’Hondt o en virtud de los pactos poselectorales. De cualquier forma, seguiré militando en lo uno y en lo otro, en el planeta y en la democracia. Costó sudores apuntalarla.

De cara al domingo, parece que las habas están contadas (pero muy confusas) en el caldero catalán. Se perfilan tres variables:

 1. Govern de izquierdas con el PSC, ERC y los Comuns.

 2. Govern independentista con Junts y ERC. 

 3. Repetición electoral si no salen las cuentas. Mejor dicho, si alguno de los contendientes huele premio en barajar y jugar otra baza.

Tras una campaña soporífera e inane, el runrún viene alimentando en los últimos días la tercera opción, la posibilidad de volver a las urnas, en una exasperante partida de parchís, como si no hubiera urgencias por atender. El anquilosamiento se ha convertido en un estado mental. En una joroba. Si en Madrid DF borbotea el barro sulfúrico, ese que achicharra la piel y las lenguas, aquí, en el viejo oasis catalán, tenemos que vérnoslas con otra clase de barro, el de la parálisis. Una década estancada en el barrizal del independentismo, con los pies bien pegados en el fondo del tremedal. Hay muchas texturas de esa sustancia pegajosa: cieno, lodo, fango, légamo, limo. Uno u otro barro puede acabar por tragarte; será porque venimos de la arcilla trágica del Génesis.

Con su decisión de encabezar la lista de Junts, Puigdemont, que en el ‘spot’ electoral regresa en coche, como si protagonizara el anuncio de BMW (¿te gusta conducir?), amenaza con avivar las ascuas del ‘procés’, si es que alguna vez se habían consumido. Pero la independencia debería aparcarse, no solo porque desgarra el territorio por la mitad, sino también porque soplan vientos huracanados en Europa y en el mundo, y porque las clases medias, lo que resta de ellas, andan con un pie en el estribo del tranvía y el otro en el aire. Las cosas del comer están difíciles.    

A veces recuerdo —llámenme ingenua— el viejo espíritu de concordia, la voluntad esforzada de convivir tras el franquismo, de limar disensos, aquel «més que mai un sol poble» de la Diada de 1977. Por cierto, con Josep Benet, Paco Candel y el PSUC al frente.