La espiral de la libreta
Olga Merino

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Periodista y escritora

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Me voy pero me quedo

Si la máquina escupidora de fango e insidias atañe a todas las democracias contemporáneas, se entienden poco el sobresalto y los cinco días límbicos de Pedro Sánchez  

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Pedro Sánchez

Pedro Sánchez

Uno de los vecinos del inmueble donde vivo da un portazo tremebundo cada vez que sale de casa. Cataplum. Pumba. ‘¡Slam!’, en los cómics. Un golpazo atroz que sacude el edificio, plagado de grietas en su vejez, dejando en el aire una reverberación desabrida que turba el ánimo. El ímpetu le asegura que la puerta queda bien cerrada, pero el encontrón es de tal magnitud que proclama una despedida irrevocable en el hueco de la escalera, como si pretendiera también desairar a quienquiera que permanezca dentro del piso. Hasta luego, Maricarmen. Ahí os quedáis. Salgo a por el tabaco definitivo. El topetazo que uno daría tras un cabreo colosal con la pareja o bien cegado por un arreón de furia, de esos que impelen a salir en tromba de casa para desfacer un grave entuerto. El vecino, por cierto, siempre vuelve.

El lunes esperaba otro portazo. Acaso un puñetazo en la mesa. La tensión mandibular de Pedro Sánchez en el Congreso, la carta a la ciudadanía, el laconismo de su círculo más próximo durante la reclusión reflexiva y el desconcierto incluso de los analistas más finos invitaban a pensar en que algo muy gordo andaba cociéndose en la Moncloa. El giro de guion, bien tensado de suspense, desembocó, sin embargo, en un anticlímax de escaso valor narrativo. Me voy pero me quedo. Con más fuerza si cabe, dijo, para regenerar la política. He tenido que comerme con patatas cocidas las conjeturas del fin de semana, la penúltima columna y la cara de no entiendo nada, que no se me borra. Y aun creyendo que el impulso primigenio del presidente pudo haber sido sincero —el desasosiego por «la gravedad de los ataques que estamos recibiendo mi esposa y yo»—, los malabarismos posteriores ya no serán tan inocentes.

«El hombre no es más que una caña, la más débil de todas, pero una caña pensante», según el célebre ‘dictum’ de Blaise Pascal. Reflexionar es un ejercicio conveniente, aunque a veces no conduzca a salida alguna. Para el filósofo francés, somos en esencia seres complejos e incoherentes, y Sánchez tampoco se libra de incurrir en contradicciones de cajón. El martes, por ejemplo, durante la entrevista con Àngels Barceló en el ‘Hoy por hoy’ de la SER, vino a decir que no puede pedírsele a nadie que resuelva en cinco días un problema de las democracias contemporáneas. Entonces, si la máquina escupidora de fango, si los fabricantes de veneno e infundios de difusión masiva, si el peligro del autoritarismo posdemocrático preside el gran debate contemporáneo, no se entiende a qué venían el sobresalto y el parón límbico. ¿O solo importa la insidia cuando te afecta? El desenlace ha dejado más incógnitas que respuestas. Se antoja muy difícil «regenerar» la vida política y el poder judicial sin el consenso de la oposición, que está por lo que vale.

En realidad, preferiría estar hablando de la despedida de Paul Auster, el poeta del azar y el cambio, un escritor que desde la primera línea estaba buscando un lugar donde morir. A lo peor, ese era el propósito: abarcar todo el espacio. Ya no sé.    

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