Periodista y psicóloga.
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
Ni un céntimo te voy a dar
Cuando una mujer pierde su independencia económica, arriesga su independencia vital. Es una herramienta potente, que el maltratador utiliza para dominar a su pareja hasta anular su voluntad y su ser
Otorga (para disminuirte), bórrate (con miedo), disminúyete (sufre y vive subordinada) y claudica (obedece, cede y calla). Estos cuatro comportamientos son tomados como propios y están instalados en el ser de muchas mujeres, sin que ni siquiera se den cuenta de ello. Lo describen de manera excelente Sara Berbel y Bernat Castany en su pequeño-gran 'Obedecerio patriarcal'. El contexto social actual aun sitúa como “normales” estos cuatro verbos debilitantes de saber, de ser, de vivir y de convivir en todas sus formas y grados. A su vez, continúa reforzando otras cuatro acciones destinadas a los hombres: opina, batalla, despliégate y conquista. Digámoslo claro: se puede pasar del patriarcado radical al maltrato machista, de género, contra la mujer, o cómo quieran llamarle, en un par de pasos. Voluntariamente, eso sí. Y a menudo con impunidad.
Nuestros compañeros de EL PERIÓDICO nos cuentan las vicisitudes de varias mujeres que han vivido violencia económica por parte de sus parejas. Les confieso que en mis entrevistas en la radio, he escuchado a mujeres inteligentes, cultas, elegantes y con un nivel social alto, contar cómo sus maridos las han ido sometiendo poco a poco, a base de controlarles hasta el último céntimo. Ellas habían abandonado su trabajo por expreso deseo de ellos, convencidas de que podrían ocuparse mucho mejor del hogar y los hijos. Poco a poco, las van estrangulando económicamente para dejarlas sin aire vital. Como en todo tipo de malos tratos, las mujeres que sufren violencia económica se sienten avergonzadas y confusas durante mucho tiempo, pierden dignidad y autoestima, devienen vulnerables, y prácticamente son incapaces de tomar decisiones, empequeñecidas emocionalmente como están. Las cuatro paredes de la casa ahogan sus llantos y silencios. Sufren.
Al ahogo económico -si no resulta suficiente para controlarlas o incluso así- le pueden sumar golpes, insultos y humillaciones, y exigir también un buen plato en la mesa, la casa impoluta y estar siempre sexis y a punto para ser montadas.
La violencia económica -intencionada, claro- en parejas separadas persigue el mismo fin. Cuando teniendo recursos, ellos no pagan la pensión de sus hijos, desean como último objetivo someterlas a ellas a través de los niños.
No nos resulta familiar la expresión “violencia económica”. Y aun no la hemos integrado suficientemente como una herramienta potente, que el maltratador utiliza para dominar a su pareja hasta anular su voluntad y su ser. No es un tema menor; simplemente no le hemos prestado la atención que merece. Hay que ponerle el altavoz. Y ayudar a esas mujeres, de manera que despierten a nuevos horizontes ilusionantes. Entonces, de la rabia y la indignación podrá surgir una nueva energía, que las hará crecer y desplegar todas sus potencialidades hasta vivir en la alegría.
Atención, pues: cuando una mujer pierde su independencia económica, arriesga su independencia vital. Por cierto, en esta columna no me he referido al amor. No ha lugar.
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