Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
El Sant Jordi transgresor por transversal
Cómo es posible que una sociedad que está tan dispuesta a enfrentarse en debates que solo hacen que perjudicar el diálogo y la construcción de proyectos, consiga impulsar, al menos un día al año, el espíritu, diría que todavía sincero, de bailar al mismo son
En una sociedad dividida entre buenos y malos, donde los buenos son siempre los míos y los malos son los otros, resplandece, como una anécdota solitaria, un día transversal como Sant Jordi. Es difícil segregar cuando ni el libro tiene título ni la rosa color. Nos quedamos con los dos ingredientes de entendimiento: unas hojas engarzadas gracias a un lomo y una flor con pétalos. Sin contenido.
Eso es lo que mueve Sant Jordi. Eso es lo que provoca que exista una comunión coincidente, alejada de ideologías o puntos de vista, que fusiona en la calle a oleadas de ciudadanos mirando o comprando un libro y una rosa.
Merece un estudio social y psicológico. Cómo es posible que una sociedad que está tan dispuesta a enfrentarse (de buen rollo, por supuesto, pero con todo el mar de fondo posible) en debates que solo hacen que perjudicar el diálogo y la construcción de proyectos, consiga impulsar, al menos un día al año, el espíritu, diría que todavía sincero, de bailar al mismo son.
Es una sensación de pálpito común. Como si todo el gentío que va de un lugar a otro para mirar y dejarse ver, para comprarse un libro o regalar una rosa, tuviera el mismo latido, exactamente el mismo, pero con características diferentes. Me recuerda a la frase que acuñó hace ya más de 30 años el organismo de la Comunidad Europea, entonces la denominaban así, para explicar que todos somos más parecidos de lo que pensamos. “Todos iguales, todos diferentes”. Se popularizó durante demasiado poco tiempo, a finales del siglo pasado. Pero es un mensaje contemporáneo. Todos a por un libro, todos a por una rosa.
Es cierto que un Sant Jordi que coincide con el arranque de una campaña electoral tiende a caer en la divergencia de opiniones. Sin embargo, el 23 de abril parece que sea un día de tregua. Hace unos 30 años eso mismo también ocurría en la otra Diada, la del Onze de Setembre. Desde el punto de vista político los partidos relajaban sus mensajes ideológicos y entraban en una fase de 'pax romana'. Pero eso se perdió hace tantísimo tiempo que precisa de una profundización en la hemeroteca para entender qué ocurría.
Ahora solo nos hemos quedado con Sant Jordi donde la discusión más acalorada es saber si la actriz Paz Padilla con su libro puede situarse en el mismo espacio editorial que la escritora Mariana Enríquez. Las dos con el embrujo de sus personalidades que consiguen adictos entre diferentes tipologías de lectores. Pero nada que ver. Son este tipo de controversias tan maravillosamente típicas de un Sant Jordi, o de cualquier feria del libro, que pagarías por asistir.
Y ya se sabe, los mediáticos siempre arrasan en ventas. Y qué más da. No va de volumen de libros vendidos. Claro que el problema en Sant Jordi es si a un escritor de culto puede sentarse junto a un autor televisivo. ¡Y el de culto puede ser un premio Cervantes! La realidad en estos casos es muy ingrata. He dado fe en muchas ocasiones. Largas colas para el mediático y cuatro amigos junto al híper premiado. Debo reconocer que jamás vi a un laureado escritor enfadarse por ello. Los que juegan con la ficción saben muy bien dónde está la realidad.
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