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Jordi Puntí

Jordi Puntí

Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.

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Una Nochevieja para discrepar

Mi área de combate se centra en un olvido incomprensible en las listas de las mejores series del año: 'Slow Horses', en Apple TV

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Gary Oldman (Jackson Lamb) en 'Slow horses'.

Gary Oldman (Jackson Lamb) en 'Slow horses'. / Apple TV+

Cada diciembre por esta época me siento como un disidente de los gustos culturales que dominan el mercado. La edad me ha rebajado la acritud, pero veo los resúmenes del año en periódicos y webs y me pongo a discrepar. Este año, por ejemplo, me sorprende que muchos críticos estadounidenses hayan elegido a 'Barbie' entre las mejores películas, cuando a mi me pareció más empalagosa que mascar un paquete entero de chicles de fresa Bang. Tampoco entiendo el predicamento de 'Asteroid City', de Wes Anderson, un director que me encanta pero que esta vez ha hecho un filme manierista y aburrido, con un vulgar desfile de estrellas mal dirigidas.

Pero todo esto es secundario. Mi área de combate se centra sobre todo en un olvido incomprensible en las listas de las mejores series del año: 'Slow Horses', en Apple TV. La serie la protagoniza Gary Oldman en el papel de Jackson Lamb, un agente del MI5 viejo, grosero, maloliente, malcomido, que comanda un grupo de policías fallidos y caídos en desgracia, purgando los errores en unas oficinas decrépitas. En este ambiente, sus misiones atraen conflictos inesperados y los guiones —inteligentes, descreídos, divertidos— sacan partido de un grupo de personajes que desde su incompetencia se hacen entrañables. En medio, un Gary Oldman antológico que los maltrata por placer, pero al mismo tiempo los protege.

Escribo estas líneas a sólo unas horas de que Apple TV cuelgue el episodio final de la tercera temporada de 'Slow Horses'. El anterior capítulo —cierren los ojos si no quieren espóilers— terminó con mis antihéroes preferidos en pleno fuego cruzado, quién sabe si a punto de morir a manos de sus compañeros de la policía (corrupta). La escena era de una violencia inusual, demasiado Hollywood para mi gusto, y me hizo fruncir el ceño. Pero me quedó una esperanza: el chapucero y mugriento Jackson Lamb no estaba allí en medio. Por impensable que parezca un final feliz, espero el episodio con ansia y, pase lo que pase, no tengo ninguna duda de que será —ya es— la mejor serie del año. La mejor y la que absurdamente casi nadie ha elegido.

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