La hoguera

Ternera retratado

El documental de Netflix es coherente con una trayectoria en la que no ha faltado ni la sensibilidad con las víctimas ni la dureza con los verdugos

Jordi Évole, en 'No me llame Ternera'

Jordi Évole, en 'No me llame Ternera' / NETFLIX

Juan Soto Ivars

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Jordi Évole, desde que empezó con el periodismo gonzo en su primer 'Salvados', ha mostrado siempre mucho interés por la cosa etarra. Entonces todavía existía ETA y no era lo más sensato del mundo ponerse follonero con el mundo abertzale, pero lo hacía. Esa cosa suya de “te lo digo de buen rollo pero te lo digo”, el “mejor pedir perdón que pedir permiso” que fue el lema de su programa, funcionaba. Tiene emisiones antiguas donde se va a las manifas abertzales y a poco no lo sacan a hostias. Le reprocha una derecha española que no ve sus películas, por ejemplo, que tratara a Otegi en plan colega, pero olvidan que así, de buenrollito, le dijo al líder de la izquierda abertzale que a ver si por favor condenaba el terrorismo, cosa que el señor Todas Las Violencias jamás concedió. Con Iñaki Rekarte, etarra arrepentido, nos dio uno de sus programas más intensos, y tiene entrevistas a víctimas del terrorismo absolutamente demoledoras.

Por eso, cuando salió la noticia de que iba a entrevistar a Josu Ternera, casi di por hecho que Évole habría hecho un buen trabajo en la línea de todo lo anterior. En seguida arreciaron reacciones desinformadas y gente que no había visto el documental lo tildaba de inmoral. Ahora que he visto 'No me llame Ternera' en Netflix confirmo que Évole ha hecho lo mismo que siempre. Quien tilde su enfoque de tibio o blanqueador del terrorismo miente o se equivoca.

La trayectoria del periodista tiene sus sombras, pero ninguna se proyecta sobre el excelente trabajo que ha dedicado al mundo infame de ETA y su entorno. Ha dado voz a las víctimas y a sus verdugos y siempre ha separado con nitidez una cosa de la otra. Ha permitido que los integristas se retraten a sí mismos y el hecho de poner el micrófono sobre las torturas en las comisarías, la mala vida de las familias de los presos etarras o la guerra sucia del Estado nunca ha servido como producto de limpieza. No reconocerle esto me parece ingrato. El documental sobre Ternera es coherente con una trayectoria en la que no ha faltado ni la sensibilidad con las víctimas ni la dureza con los verdugos. A los últimos, y en particular a Ternera, los ha puesto bajo el foco, que es la mejor forma de exponer la mediocridad de un sistema de creencias que convirtió el asesinato en un medio aceptable. Y ya que hablamos tanto de ética, para colmo en Navidad, tras el escándalo que suscitó el documental creo que más de uno le debe a Évole una disculpa.

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