Fiestas
Albert Soler

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Periodista

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En Navidad, siente un novio a su mesa

Ya de adolescente, la Nochebuena se me hacía extraña. Todos mis amigos tenían cena familiar, un ágape que a mí me resultaba ajeno

Mi familia convirtió la cena de Nochebuena en algo pesado, tenso y desagradable

Mi familia convirtió la cena de Nochebuena en algo pesado, tenso y desagradable / 44300389 - a romantic christmas dinner table setting with candles and christmas decorations. cenas cena comidas comida de navidad generico mesa FOTO: 123RF

En casa no celebrábamos jamás la Nochebuena, con su cena familiar y todo eso. Como catalanes de ochocientos apellidos, lo nuestro era la comida de Navidad, mi abuela llevaba días preparando los canelones que nos zamparíamos, yo apenas llegaba con la nariz a la encimera de la cocina, pero no me perdía detalle de aquel proceso que me parecía mágico, ese sí era un 'procés' con resultados tangibles. El día de Navidad se reunía toda la familia, hasta la más lejana, en el salón de casa, un salón que no abría sus puertas más que ese día, en sus vitrinas se guardaba la vajilla que se utilizaba solamente en esa festividad. Era un viejo piso de alquiler, hace un par de años pude visitarlo, ahora acoge estudiantes, aquél gran salón es una pequeña habitación, no entiendo cómo cabíamos ahí quince o veinte personas sin estar unos encima de otros. Donde reposaba la cristalería navideña, me pareció ver un sujetador de copa, en eso no hubo mucho cambio.

Ya de adolescente, la Nochebuena se me hacía extraña. Todos mis amigos tenían cena familiar, un ágape que a mí me resultaba ajeno. ¿He dicho todos? Por fortuna, la familia de Tomàs tenía la misma costumbre que la mía, así que, durante años, quedé con él para ir a tomar algo la noche del 24, no era para nosotros más que una vigilia de festivo, así que tocaba salir. Salir de noche en Girona no era fácil en aquellos años, pero por Nochebuena era misión imposible. O casi imposible: había en toda la ciudad un solo bar abierto, el Konig, en la Gran Vía. No recuerdo cómo lo descubrimos, pero Tomàs y yo pasamos muchas Nochebuenas ahí, cenando un frankfurt y una cerveza en una mesa aceitosa de madera, mientras el resto de hogares de la ciudad, de Catalunya, de España y del mundo, celebraban aquello tan raro de la cena de Nochebuena. El olor a fritanga de aquel bar se cortaba a cuchillo, quedaba impregnado en la piel hasta después de Reyes, siempre supe que estos llegaban a mi casa, no guiados por la estrella de Belén, sino por mi aroma a fritura. En el Konig nos reuníamos los solitarios, no solitarios cualesquiera, sino solitarios de Nochebuena, que son raza aparte: el camarero sudoroso que había aceptado aquel turno porque no tenía a dónde ir; el viejo que jugaba en silencio a la tragaperras con la esperanza de que si en un día como aquél vino al mundo el niño Dios, bien podía venirle a él una buena racha; el funcionario venido de alguna provincia castellana que comía ensaladilla mientras leía en el periódico el horóscopo que le vaticinaba felicidad a raudales; la mujer despeinada que apoyada en la barra trasegaba copa de vino tras otra con la mirada perdida… los restos de la ciudad, lo que la Navidad escupía. El silencio solo lo cortaba el ruido de la tragaperras y algún “¡oído cocina, un lomo plancha!” gritado por el camarero. Jamás oí a nadie un “Feliz Navidad”, se diría que todos ahí preferían olvidar tal fecha, tal vez la habían olvidado realmente. Konig, en alemán, significa rey, ahí estábamos los monarcas de la Navidad, los que cambiábamos la Misa de Gallo por la del pollo. Frito, además.

Sucedió que Tomàs se casó y se acabaron las nochebuenas en el Konig, a él le surgieron obligaciones familiares y a mí no me apetecía ir solo y formar parte del club de los solitarios navideños. Esperar a que se separara me pareció cínico por mi parte -y hubiera perdido el tiempo: sigue casado-, así que no tuve más remedio que buscarme novia. No cualquiera, sino alguna en cuya familia celebraran la Nochebuena y tuviesen a bien aceptarme, “siente un novio a su mesa” en lugar del anticuado “siente un pobre a su mesa”, aunque en mi caso reuniera ambas condiciones. Cuando al cabo de los años rompíamos, buscaba otra muchacha con las mismas características, sólo yo sé lo difícil que es ligar con un “qué hacéis por Nochebuena en tu familia” en lugar del clásico “estudias o trabajas”, no digamos si la pregunta es en verano. Y es así que, gracias a la Navidad, tengo cuatro hijos de tres mujeres, no me digan que eso no es un milagro navideño.

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